Entre las inocentadas -ingeniosas, chuscas y regulares- que sufrimos todos, propios y extraños, el pasado sábado, hubo una que nos hizo especial impresión y, hasta, ilusión ante la posibilidad de que pudiera ser fetén. Dicha noticia, publicada en redes sociales, aludía a que Albacete, en «un giro histórico y sin precedentes», abandonaba la comunidad de Castilla-La Mancha para volver a ser parte de Murcia. También hacía mención al revuelo -léase, «conmoción»- que se había montado ante dicha buena nueva a nivel regional y nacional. Ante dicha publicación, que, por cierto, se ilustraba con una imagen de un amanecer entre molinos bastante poco albaceteña, fueron muchos los comentarios que fueron apareciendo y, curiosamente o no, el que más se prodigó fue el de «ojalá fuera verdad». Llegados a este punto, es obligatorio hacer varias valoraciones al respecto. La primera es comprobar felizmente que esa animadversión legendaria que, desde tiempos inmemoriales, ha existido entre albacetenses y murcianicos parece haberse disipado y para siempre. Y eso es siempre bueno entre vecinos. Los paleticos y los «barrigas verdes» de antaño, hoy comparten abrazados unas sabrosas marineras, remojándose los pinreles en el Mar Menor, para luego zamparse unos buenos gazpachos en la mejor Feria del mundo remojados con caldos jumillanos, y todos tan contentos. Y la segunda atiende a algo más grave, y a analizar, y es lo poco, o nada, que muchos albaceteños, entre los que me incluyo, nos sentimos castellanomanchegos, hasta el punto de querer volver a «ser murcianos», con todo lo que ello, de bueno y malo, supone. Seguramente, por cultura, aspecto físico y forma de ser, tendremos más que ver con conquenses o culipardos que con cartageneros o lorquinos, por ejemplo; pero lo cierto es que el poco aprecio que desde siempre sentimos desde ese lejano y distante Toledo -gracias al desdén permanente de los diferentes presidentes regionales, entre los que destaca ese Page al que Albacete se le atraganta nada más empezar a nombrarlo- provoca que esta broma de independizarnos de Castilla y La Mancha para volver a ser de Murcia ha impulsado que un viejo debate territorial vuelva a estar bajo el foco popular, aunque solo sea por un rato.