Fernando Fuentes

Fernando Fuentes


Un 'aifon'

10/12/2024

Que la inmensa gran mayoría de nuestros preadolescentes -léase, menores de 15 años- quieran un teléfono móvil como principal regalo navideño es algo que, así de primeras, no llama poderosamente la atención. Sobre todo, a los que somos padres de criaturas con semejantes edades. Lo que sorprende más es que ese dispositivo ultradeseado, que los pondrá en contacto con el mundo en el que viven, no es uno cualquiera. Lo quieren a fuego de los de la marca de la manzanita mordida. Por si hubiera algún lector no demasiado versado en el tema, le confesaré que yo tampoco lo estoy. Ignoro por qué número de versión van ya esos receptores que fabrica una multinacional yanqui. De hecho, me importa un pimiento. Sólo sé, porque me he metido en diferentes tiendas para informarme, que esas máquinas formidables de última generación, si son nuevas, pueden costar entre 1.500 y 2.000 euros. Y que, si se adquieren de segunda mano, pueden comprarse, en el mejor de lo casos, por bastantes cientos. Llegados a este punto, y más allá de analizar si es necesario que un púber lleve en el bolsillo un aparato del que va a saber aprovechar, como mucho, un 20% de su potencial real, lo que más sorprende saber es que hay una ingente cantidad de padres albaceteños que esta Navidad regalarán aifons a sus vástagos, sean de primera o reacondicionados. Y lo peor del caso es que sus pequeños no se los piden porque entiendan que son mejores por su fiabilidad o dureza. Lo hacen porque sus compañeros de cole, instituto, tenis, inglés o fútbol los tienen y, claro, ellos no quieren, ni pueden, ser menos. La exquisita tribu de la manzana los llama y no consiente un no como respuesta. Me quedo a cuadros cuando escucho que hay familias a las que, por desgracia, les cuesta llegar a final de mes, que se embarcan en la larga y cara financiación de unos de estos artefactos que, creen, pondrá a sus hijos a la vanguardia de una pandilla aiphonizada en la que, muy posiblemente, el resto de papis tengan tan pocos dedos de frente como ellos. Pero deben de estar alerta, ahora les han pedido un celular de «adosmilpavos» y se lo han dado para que nadie pueda pensar que su padre es un pobre obrero, incapaz de seguirle el ritmo al capitalisto feroz en el que estamos todos inmersos. Pero la próxima vez podrá ser un Lamborghini. Y entonces, quizá, será el momento de sentarse con su retoño y, mirándole a los ojos de su bendita ignorancia, explicarle que lo más importante que sus progenitores le pueden regalar es una buena colección de valores de los que, sintiéndolo mucho y a la vista de sus antojos, carece.