Los timadores de hoy son los nuevos alquimistas . De ordinario sabíamos que el secreto quimérico de hacer oro viene de la China -hablaban de la simiente del oro y de algo mejor: un remedio universal que procura a quienes lo toman «una especie de inmortalidad». No hablan de inmortalidad tal cual -y por ello deduce Colin de Plancy que inmortalidad sólo hay una, y que si viene alentada por la química sólo será una de entre varias especies, claramente sacrílegas. Hoy venden oro a precio de plomo y medicina generativa en lo que es la historia antigua del becerro de oro. Como el hombre siempre tropieza en la misma piedra («la piedra de tropiezo» dirá la Escritura) los aventureros recobran actualidad en el insoportable mes de todo el año. Adivinando que el gran Enrique Cantos está pendiente de mi paupérrima escritura será menester que, lo primero de todo, recabemos los ingredientes necesarios: oro -quizá de unos gemelos poco aquilatados-, plomo y antimonio (nos vale un pedazo de tubería rota) vitriolo y un huevo de gallo, mercurio y salivas. Es verdad que hay un camino más corto: mezclar el bálsamo de mercurio con el elixir de Aritéo -Felipe II invirtió grandes sumas en lo que parecía ser algo de mercurio y dos puñados de azufre y sal, pero nadie supo nunca nada de Aritéo, excepto los demonios que deben convocarse, mediando nigromante-. Proliferan hoy por los puertos de mar alquimistas de ocasión que se te acercan y abren una caja grande de relojes y de esclavas doradas y pedrerías -y te advierten que la garantía es personal, pero mejor no decir nada para que la piedra no se desgaste inútilmente; uno de ellos le dijo al que esto escribe que lo había leído de un magistral: «de lo que no se puede hablar hay que callar». Adorando al becerro conviene recordar que Moisés no sólo destruyó el becerro, también destruyó Su escritura, para castigo de los rebeldes -algo que León X comunicó al alquimista que le suplicaba fondos para crear oro: mandó darle una gran bolsa vacía para meterlo, ya que sabía hacerlo, amén de intimarle que el oro engendra oro y la afrenta al Papa engendra mortal pecado-. En cuanto a la piedra filosofal, don Quijote zanjará todo este cuento: «Ella es hecha de una alquimia de tal virtud que quién la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio». Aunque el peor oro es del que cagó el moro.