Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


La voz

02/11/2024

George Steiner nos habla que «en ocasiones, la voz puede aclarar el texto». Siempre recordaré -lo sigo haciendo- cómo los primeros maestros nos hacían levantar del banco del pupitre para leer en público. Sabemos que hasta muy entrado el medievo la lectura -a solas o en un salón en el que concurrieran otras personas- siempre lo era en voz alta. El último refugio de la escritura legal precisa lo está en el Código Civil que se anuncia como una palmera votiva en la Ley de Bases de 1888 y nos saluda bicornio en mano -el de Bonaparte-. Leer en altavoz un artículo al azar de los de las obligaciones y contratos es manera y modo de apreciar su rigor y economía -la claridad sustantiva y hasta su belleza formal-. Los Padres de la Iglesia dijeron: a fuerza de leer y releer la Escritura la luz difusa empezará a serlo menos. Tenemos el alto ejemplo de Cervantes. Leer en voz alta la dedicatoria del Persiles a don Pedro Fernández de Castro nos da al Cervantes más íntimo -es don Miguel, como todo clásico, quien nos lee a nosotros- como en soberanía de la lengua y fragilidad a un tiempo -y así: «Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir»-. Imaginar a Maquiavelo togado, en el exilio, paseando los salones y ordenando y concertando, en voz alta, a las repúblicas. Idear el timbre de voz de don Antonio Machado, la textura y calidad, el color recitativo: «hay en mis venas gotas de sangre jacobina»; ponerle voz de manera audaz e imprudente al discurso del 2 de enero de 1874 de Castelar a las Cortes constituyentes; pensar que Tolstói leyese en voz alta sus dos libros de cabecera: los Ensayos de Montaigne y los Karamázov de Dostoievski -el monólogo del gran inquisidor-. O esta maravilla de Steiner a propósito de Durrell: «su hablar es una jerga aguamarina, toma de los cinco océanos, un almacén de antigüedades de leyenda elegante, repleta de sextantes, astrolabios, propentinas e isobaras». Y cuando Moisés oyó Su voz -«Yo os he visitado y me he dado cuenta de lo que os han hecho en Egipto»-. Y nuestra voz última quizá recordando el verso de Browning: «¡Voy a probar mi alma!» al amparo y resguardo de la Resurrección cantada de Mahler.