La sociedad actual se está acostumbrando a que todo sea blanco o negro, sin dejar hueco al gris, a que si uno no está a favor significa que esté en contra y no es así necesariamente. Que se lo digan a Nicolás Redondo, exsecretario general del Partido Socialista de Euskadi, expulsado del PSOE por su «reiterado menosprecio» a las siglas del partido. Todo por no comulgar con todo lo que hace el líder socialista Pedro Sánchez. Ya ven, como no está a favor, la conclusión es que está en contra.
Esto de los extremos, sin punto medio, pasa mucho en política, pero desde hace un tiempo detecto que también sucede en el mundo taurino, sobre todo tras la pandemia que, dicho sea de paso, tanto castigó a la Tauromaquia. Lo he vivido en primera persona en la pasada Feria Taurina, donde salirse de la senda del triunfalismo es casi pasar al extremo de los antitaurinos. Pondré como ejemplo la tarde de la despedida de El Juli, a quien no le discutiré su condición de figura de las últimas décadas, pero quien no me gustó en el festejo de su adiós y así lo escribí, como que recibió un premio excesivo.
Nunca me he considerado en posesión de la verdad absoluta, porque nadie la tiene. En todo festejo hay una parte objetiva y otra subjetiva. La objetiva son los trofeos que obtiene cada torero y la subjetiva cómo valora cada aficionado o cada crítico taurino la forma de lograrlos. En esta misma Feria, por poner otro ejemplo, es objetivo que El Cid y Emilio de Justo no cortaron orejas y es subjetivo que fueron los que mejor toreo hicieron en todo el abono.
El gris no será un color bonito, pero existe y negarlo es querer llevar a todos al pensamiento único y favorable, que es más feo que el gris.