Federico, elector de Sajonia, coleccionaba miles de reliquias santas, entre ellas paja de la cuna de Jesús. La reliquia es vestigio de cosas pasadas, querencia de cosa vieja o antigua, achaque de enfermedad -antigüedad, diría yo en un sentido moral propio-. En los tiempos de la amnistía uno podría desempolvar aquellos libritos amarillos que repartían a la gente: la Constitución en castellano y traducida a las lenguas de las nacionalidades; o las papeletas de los primeros colegios electorales que los coleccionistas guardaron, de modo ávido, para hoy mostrarlas generosamente y en triunfo. Son reliquias de tiempos pasados, como el derecho natural o la enumeración de los altos valores constitucionales, quizá algún apunte o glosa sobre un derecho, una sentencia o un categórico artículo de prensa -o, por mejor decir, como un manto capitular que se cuidaba en redactar la exposición de motivos de una ley decisiva-. Todo esto es reliquia y es pasado -y achaque de enfermedad-. Algunos, en el mundo de la magistratura y el derecho, pasean un tanto cabizbajos, yo diría que abatidos y casi vencidos (casi) por graves preocupaciones. Entonces, de manera injusta, parecen aburridos y cansados -quizá (es sólo una impresión) se han echado a las espaldas, cada uno en su justa medida, achaques morales no sólo propios, también de otros que mañana padecerán este escorbuto político-. Como todo tiene su justa medida, también la reliquia ha moderarse en sus pasiones -Federico amparó a Martín Lutero y a Alberto Durero (el rigor y la sensualidad)- y no dejarse llevar por las cosas pasadas o antiguas, al menos para evitar el enervamiento frente a lo nuevo. Las reliquias tienen algo de querencia -no sólo es la reliquia como tal (el artículo 14 de la Constitución), también lo es la persona o personas que estuvieron en contacto con ella: Peces Barba o Miquel Roca, por no citarlos a todos- y de rectitud en la prosa antigua -prosa proviene de prosa oratio: discurso que procede en línea recta-. Yo atesoro los discursos de Melquíades Álvarez como una reliquia de lo que España pudo ser y no fue -hablaba de las «habilidades vituperables» en el modo de escarnecer las leyes- y me detengo en una u otra liturgia que atesora y magnifica las instituciones comunes, como tales y por respeto a los demás. Pero los problemas graves nunca otorgan tiempo y apelan a la conciencia moral.