Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Palabras

09/11/2024

Frente a la tragedia el hombre de a pie queda suspenso y mudo. Habla muy poco como si no quisiere lastimar las palabras. Lo ha perdido casi todo y lo  poco que dice lo está diciendo todo. Hay mucho ruido. Un gran parloteo que anuncia consuelo y un afán -que se proclama perpetuo- de superarlo todo y pronto. Por eso el hombre de a pie habla poco -y cuando habla, las palabras parecen elegirle a él, de modo capitular, como sin derecho a réplica- y en su quietud asume que, pasados unos días, van a quedarse solos: el dolor no admite engaño ni ardid: el dolor sabe dónde y a quién se enrosca. El golpe es sordo. Son los tres golpes de martillo de la sinfonía más oscura. Se recompusieron casi sin mirarse. Y recompuestos empezó el duelo. Un duelo sordo -apenas unas palabras pero de una ley salida de la entraña: son esas leyes que anidan muy adentro y remanecen en un quebrarse seco y que las sabemos todos y de antiguo: por eso duelen tanto. El hombre de a pie sabe que nadie leyó la tragedia. Sí sabe el sufrimiento y sabe la muerte. El dolor acaba con un final funesto y que mueve a la compasión o al espanto -ésa es la tragedia canónica: la tragedia griega. Quedan -ahora- los restos del naufragio.
El hombre se siente desarbolado y mira en derredor cómo quieren arbolarlo a fuerza de palabras y promesas. Llegaron de unos y otros partidos cargados de palabras: carretadas de palabras. Pero eran palabras de menor cuantía en comparación a las dichas por los deudos -el vivo lleva a cuestas a los muertos ya como una deuda vital y en esa llevanza habla lo justo, poco o nada. Eran palabras devaluadas y de un recorrido tan y tan corto. Palabras de un momento -pero las palabras atesoran lo más hondo; de ahí su reserva en el verdadero duelo.
El hombre devastado por el temporal soporta otra devastación torrencial de los reproches políticos -palabras y palabras; algunas de doble filo; saja, divide y corta- y se lo guarda todo: guarda y se resguarda de las palabras inútiles. Es seguro que habrá un momento en que los hombres y mujeres quieran ser escuchados. Y entonces -y sólo entonces- las palabras serán  palabras y el timbre vocal lo será desnudo y veraz. Y la palabra empezará su cura.

ARCHIVADO EN: Leyes, Naufragio