Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El vuelco

28/12/2024

Uno pensaba que podría darse por entero en un poemario. O que la dación habría de ser definitiva el día de la confesión verdadera -al tiempo de recibir el viático, cuando ganas la subvención para el ulterior juicio-. Un novelista, en el acto de la creación, allá donde sus personajes van confundiendo su moralidad y diluyendo la propia del escritor, quizá venga sembrando huella o rastro de su personalidad y entraña. Había -de suyo- una arcilla entre manos, una voluntad de hacerse por uno mismo, cierto que en falta como acierto, pero una rota a la que ir y venir, un método y sistema, un oficio, el oficio de vivir. Antaño la privacidad de un hombre vivía al resguardo de una caja de caudales: la copia de la escritura pública del inmueble que habitaba; las pólizas de seguro -también la del deceso- y algo de metálico para una urgencia; cartas relevantes en garantía de tal o cual secreto; y la disposición testamentaria -incluso acompañaría un codicilo-. De la caja de caudales uno era señor y al ser tan de suyo secreta y a resguardo guardaba poco, aunque de una importancia capital. Ahora ya no. El vuelco de un teléfono móvil comprende al hombre dado por entero y confeso; y en su contaduría se deben apartar mensajes de texto inapreciables, archivos de audio impertinentes o de grabación de la imagen -sólo que lo dicho verbalmente o la fotografía siempre deja como una huella que delata más-. Todo, en fin y como fin, habita en nuestro terminal móvil, del que creíamos poseer la llave o contraseña, pero del que es fácil su volcado. En un poemario puede uno imponerse algún tipo de cautela y cuando lo confiesa todo atesora la garantía del sigilo sacramental -parece que hasta el final puedes modelar, para lo bueno y lo malo, la arcilla de la que estás hecho. Hay algo poliédrico y complejo en todo ser humano que parece enojoso reducirlo al trasunto diario de los teléfonos móviles -reducción que nos hace presumidos- y su volcado nos recuerda a los tipejos vueltos del revés de los tebeos, a quienes se les sacude para que lo suelten todo de los bolsillos, perras gordas y un llavero. Ayer eras un señor con tu pequeña caja de caudales de despacho -siempre a resguardo-. Hoy llegarás al definitivo juicio armado de murmuración, injuria y detracciones. Te presentarás ante el Tribunal sin ordenado discurso, ni siquiera llevarás el fruto de una obra bien hecha o la contrición sincera. Te bastará con alargar el teléfono móvil -todo se deduce, todo se enlaza-.

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