Antonio García

Antonio García


Salud mental

14/10/2024

En el día de la salud mental se ha vuelto a hablar de la necesidad de «visibilizar» la enfermedad, aportando el dato de que casi la mitad de los jóvenes españoles manifiesta haber padecido problemas de ese tipo, según un informe de Unicef y de que más de esa mitad no lo confiesa, por no darle importancia o por desconfianza hacia sus mayores. Visto el panorama que nos rodea quizá lo pertinente sería lo contrario, «visibilizarla» menos, o limitar esa visibilización a los casos de verdad extremos, pues de otro modo se corre el riesgo de frivolizar con el tema o de señalar como enfermedad mental cualquier desavenencia con nuestro entorno, incluyendo un dolor de muelas. En rigor, la enfermedad se nos inocula a todos al nacer y va cobrando forma cuando tenemos que tomar decisiones, cuando nos relacionamos con los demás, cuando nuestros deseos no se ajustan a la realidad o cuando esa realidad se falsea, de ahí que no extrañe la cantidad de adolescentes en tratamiento: en su caso, la enfermedad -que no es otra que la adolescencia- tiene la fácil cura del tiempo. Salidos de ese tenebrosa etapa vital, al adulto le aguardan nuevos elecciones vitales, cargas o responsabilidades que no dejan de ser una servidumbre al hecho de estar vivos, y si es famoso no dudará un escribir un libro sobre su particular infierno. Lo difícil hoy, en medio de una sociedad enferma, es encontrar a alguien en sus perfectos cabales. Yo me veo rodeado de depresivos, siendo yo el mayor de ellos, pero no juzgo que mis disgustos o contrariedades merezcan otro tratamiento que el ajo y agua, una opción que no tienen los enfermos de verdad.