Son inminentes las elecciones americanas, que cuando escribo esto aún no tienen un ganador definido en las encuestas. La misma indecisión que tienen los americanos la tengo yo, pero en mi caso se trata de una cuestión banal. A mí lo que me cuesta distinguir es a los partidos respectivos, no a los muy distinguibles candidatos, algo que siempre me ocurre cuando se lidia sólo con dos extremos y que relaciono con mi sentido de orientación, todavía no resuelto. Confundo la derecha con la izquierda y para salir del brete debo acudir a un sencillo truco nemotécnico: como soy zurdo, me miro la mano con la que escribo y ya sé que ahí está la izquierda. Con los dos partidos americanos me pasa lo mismo, que nunca sé cuál es cuál, por la ambigüedad de unas denominaciones que podrían intercambiarse. En la política española no se me presenta tal dubitación y sé que los que no son socialistas (o conmilitones) pertenecen a la fachosfera. En el caso americano aplico otro truco para salir de dudas: los demócratas son los buenos, los republicanos los malos. ¿Y en qué me baso para esta catalogación moral? Pues sencillamente en que entre democracia y república, siendo las dos opciones nobles, la democracia es prioritaria (una república sin democracia es abominable). Y de momento el juicio no me ha fallado, al menos en cuanto a los malos, pues no puede haberlos peores que Nixon, Reagan, los Bush y este Trump arrabalero, todos republicanos. Lo que ya no tengo tan claro es Kamala Harris, Biden u Obama sean los buenos. Dejémoslo en que son un mal menor.