Antonio García

Antonio García


Jim Abrahams

02/12/2024

Las comedias que más feliz me han hecho tienen en común el no haber obtenido reconocimientos de ringorrango (oscar, palmas, osos o cualesquier otra forma de ladrillo) y el no figurar en ninguna lista de mejores películas confeccionada por críticos obtusos. Sin desmerecer a las grandes comediantes -Keaton, Tati, Wilder, Jerry Lewis, Woody Allen, también venerados-, películas como Top Secret, Aterriza como puedas, Agárralo como puedas y derivados superaban a todas al menos en la estadística privada de haber provocado más risas por segundo. Detrás de ellas, como productor, guionista o director, y a veces todo a la vez, estaba Jim Abrahams, al que no le queda ancho asímismo el título de benefactor de la humanidad, por delante de otros ilustres filántropos. Si la autoría -de acuerdo con el viejo tópico de la nueva ola- consiste en elaborar un mundo personal, a partir de ciertas marcas y constantes de estilo, creadores de escuela, nadie podrá dudar que Abrahams era un autor mayor, que también barrenó la idea de que la comedia sea un género trivial. Por el contrario, sus comedias desaforadas estaban trazadas con el rigor de un tiralíneas y ponían a prueba la inteligencia del espectador más cinéfilo, no únicamente por la cantidad de homenajes a otras películas insertos en ellas, sino por la prodigalidad de gags simultáneos dentro del mismo plano, lo que requiere una contemplación atenta y obliga a visiones sucesivas si se quiere acaparar el conjunto. Es otro distintivo de los clásicos, al que habrá de sumar el hecho de que muchas frases o réplicas procedentes de sus películas forman parte del imaginario colectivo, con la misma contundencia que las del clásico de clásicos, Casablanca.