Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Nochebuena

27/12/2024

La Nochebuena de este año ha caído en martes, igual que aquella Nochebuena de 1963 en que vine al mundo. No sé cuántos nacimientos tuvieron lugar en Albacete el martes pasado. Pero no me cabe duda de que, en estos pocos días, cada uno de esos bebés ha sido fotografiado más veces de lo que yo lo fui en, como mínimo, mi primera década de vida. Y eso que jugaba con ventaja, pues en el bajo de la casa familiar vivía un fotógrafo que nos retrataba con cierta frecuencia, al menos hasta que mi padre compró su Kodak Instamatic. Aun así, solo conservo un par de imágenes mías de recién nacido. Gracias a estos documentos puedo afirmar que nunca he tenido tanto pelo como en aquellos primeros días de existencia, una frondosa mata de cabello oscuro que, por desgracia, nunca volvió a crecer con la misma vitalidad. También compruebo que era más bien poco agraciado, aunque nadie podría negar que fui un bebé hermoso en el sentido más manchego del término, es decir, rollizo. De hecho, mi hermosura le costó a mi madre unas cuantas horas de doloroso parto y a mí la broma repetida de «¡Vaya una Nochebuena le diste a tu madre!», reproche injusto donde los haya, pues ni se me pidió opinión sobre el asunto de venir a este mundo ni se me puede culpar por el sobrepeso con el que hice acto de presencia. Vendrían luego muchas Nochebuenas y cumpleaños que, además de alguna que otra foto en blanco y negro, ya dejaron su impronta en la memoria en forma de imágenes, casi siempre felices, de regalos, espumillón, primos y villancicos. La Nochebuena de este año, en cambio, ha resultado un tanto amarga, pues es la primera que afronto en situación de orfandad. Mi padre falleció hace cinco años y mi madre el verano pasado, probablemente sin haberse recuperado del todo de mi alumbramiento, la pobre.