El bulo es muy malo -recuerdo a mi padre, yo siendo un adolescente, hablándome (lo hizo en esa ocasión única, que yo recuerde) y con un deje de asco y ceniza en la boca-. El bulo nos avergüenza cuando difunde y circula acerca de la salud de otro -don Francisco está enfermo, aunque no lo parezca, y de gravedad- y es peor cuando nos dice: don Joaquín sobresee pagos, devuelve letras, está en la quiebra. La salud física y la financiera -en entredicho y circulando de manera subterránea-. Pero el bulo tenía algo que el bulo de la política no tiene: la víctima desconocía la insidia. Gil Robles, en sus memorias, recoge una intervención de Casares Quiroga, dirigiéndose a Calvo Sotelo: «A pesar de la inmensa fábrica de bulos que tenéis preparados para lanzar todas las noches, el ministro de la Gobernación y el ministro de la Guerra estén tranquilos, sabiendo que no ha de pasar nada». Aquí ya el bulo y la máquina se religan plenamente en el fango. Bulos políticos los hubo alternando la dimensión pública y la privada: un ministro capaz de ir al suicidio por amor. O literarios: la viuda de Cela tasándole el dinero -incluso el de bolsillo-; como Cayetana a Jesús Aguirre: «dadme un cheque por conferencia -decía el duque- y no estilográficas». Hay que distinguir entre la malicia y el bulo propiamente. Lo malicioso respecto de otro (malicia lanzada al vuelo) es la doble intención y el picante; la malicia predispone a la sonrisa burlona y se propaga con el tabasco social. Pero el bulo -ya lo he dicho- te deja un sabor a ceniza en la boca por la desolación que provoca. Bulo es una palabra fea. La Academia de la Lengua -cada vez más desvaída- cree que proviene del caló -bul, porquería- y ese provenido la hace más dura y severa que su definición: «noticia falsa propalada con algún fin». Parece distinguir una gradación del bulo. Está el bulo leve: chisme, rumor, hablilla o filfa. Y más claramente -la porquería del caló- el bulo terrible: la mentira, el engaño y el embuste. Además de la malicia -distinta al bulo- el rumor se introduce entre medias: no llega al asco del bulo aunque sobrepasa la malicia. En el Diario de Sesiones de las Cortes de la república (el Colegio de Abogados los tiene como un tesoro) los oradores no mentaban el bulo. También es cierto que los diputados entraban al pleno con armas cortas o bastón de sable.