La envidia, tristeza o pesar del bien ajeno, es uno de los siete pecados capitales y, por desgracia, uno de los males más habituales de nuestra sociedad por el deseo de algo que no se posee. Las personas mediáticas y famosas son muchas veces blanco de la envidia de quienes, con el pesar del mencionado bien ajeno, centran las críticas en el lado humano, que no entiende de fama ni tiene precio, por muchos bienes que pueda tener el aludido.
La sensibilidad no entiende de status y no por ser mediático o famoso uno tiene que ser insensible. Una de estas personas es Álvaro Morata, capitán de la selección de fútbol que acaba de proclamarse campeona de Europa, quien entiende las críticas deportivas, pero a quien los juicios personales de quienes no le conocen le llevaron a atravesar un mal momento emocional en el que encontró, entre otros, el apoyo del albacetense Andrés Iniesta.
Morata apareció en marzo de 2014, en un partido del Real Madrid, con la cabeza rapada y al preguntarle el motivo dijo que era un cambio de look, pero la realidad es que se debía a una promesa realizada a niños con cáncer del Hospital Niño Jesús. El lunes, en la celebración de la Eurocopa, Morata subió al escenario, para que viviese la fiesta en primera línea, a María Camaño, un niña de 11 años, fan del Atlético de Madrid y del delantero, a la que diagnosticaron un sarcoma de Erwing a los siete años.
A mí, ese es el Morata que me da envidia y el que debería hacernos reflexionar a todos antes de criticar a alguien al que apenas conocemos.