Hace bien poco, en la carpa de circo, la gran atracción era el hombre bala. En los carteles que publicitaban el espectáculo y domiciliaban las carpas y taquillas la compañía había optado por un dibujo moderno. Hace años, cuando el circo era una fiesta indiscutible y sin parangón, el hombre bala se introducía en el cañón y, asomándose a la boca, tendía las manos para asegurar el vuelo. Se ajustaba el casco al tiempo que el jefe de pista prendía la mecha del cañón y por entre el humo de la andanada -era un segundo- el hombre bala aterrizaba en la red horizontal. En los carteles del siglo pasado era corriente ver al payaso introduciendo el sacatrapos e ir sacando restos de la túnica o cascos de otros hombres bala para poner en situación al público. Riesgo lo había de lesiones y hasta el riesgo fatal y de ahí un aplauso redoblado al artista. En el dibujo del circo Coliseo, circo nacional de Cuba, que instaló las carpas en Imaginalia, el tamaño del cañón es enorme y sentado en la boca saluda al público el increíble hombre bala. A mí me parecía una alegoría vital -al menos de una vida más que madura. Todo era relumbrón y hasta barroco: el mono del aviador, los saludos y ovaciones como de la antigua Roma, el manto de humo tras el disparo, la acrobacia limpia del artista, todo de un modo juvenil y atractivo, el desafío vital -no exento de riesgos; hasta del mayor de los riesgos, ya lo dije antes- de los años jóvenes vistos desde el mirar de los niños, al lado de los abuelos, en entrada de general. El aviador no es tan joven y la pólvora es mero artificio -el hombre bala se impulsa por un muelle elástico- y los saludos quizá lleven el sudor del espectáculo en desuso. Y entonces uno parece ser el sacatrapos del cañón -aquí un trozo de aquella desilusión; allá un retal de un mal paso- y la utilería del payaso que prende la mecha es como un traje gastado y con brillos. Y pese a todo, el cartel del circo Coliseo nos remueve un tanto; y hay como un impulso de querer estar en la carpa -consultas las funciones y los precios de pista o general- para volver al tiempo de los ayeres y mirar y mirarnos cuando éramos niños, devolviendo los saludos del increíble hombre bala.