Antonio García

Antonio García


Los despertadores

13/11/2023

Aunque las pesadillas se asocian de modo natural al sueño, para muchos la pesadilla real coincide con la alarma que nos despierta. Pocos inventos más útiles y a la vez más detestados que el despertador, abominable pepito grillo que dicta la hora de levantarse, interrumpiendo quizá un sueño glorioso y ya irrecuperable. Cuando los despertadores eran de cuerda, esféricos y con patitas, una parte más del mobiliario de la mesita junto con el libro y el vaso de agua, el timbrazo campanudo obligaba a buscarle a tientas el botón de parada, y si uno era muy vehemente, a agarrar el cachivache y estamparlo contra la pared. El progreso lo reemplazó por relojes digitales y móviles que incorporaron la función de snooze, a fin de ir posponiendo la alarma, una forma de autoengaño no bien vista por los expertos en medicina del sueño, que también los hay. Para estos veladores interrumpir varias veces el sueño con sucesivas alarmas tenía efectos negativos en nuestras capacidades cognitivas, porque el sueño no es algo que pueda trocearse como una tripa de embutido. Otros expertos, más despiertos sin duda, han llegado ahora a la conclusión contraria de que repetir las alarmas constituye una panacea para mejorar el rendimiento, la velocidad aritmética o la memoria episódica de los recién levantados. Cabe sospechar que de seguir este ritmo las investigaciones, alguno descubrirá que lo mejor es no dormirse, o si  ha incurrido en esa debilidad, no despertarse. La solución más sensata, como siempre, viene de los viejos: el despertar natural, que no precisa de perturbadoras alarmas tecnológicas. Lamentablemente ese descubrimiento llega demasiado tarde, cuando ya nos queda poco que soñar.

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