Antonio García

Antonio García


Juventud

26/06/2023

Hace un siglo, en 1923, se creó la editorial Juventud. A Conxita Zendrera, la hija del fundador, debemos la publicación, a partir de 1950, de las series de Tintin, Enid Blyton (Los Cinco y Los Siete) o Pipi Calzaslargas, que engrosaron un catálogo donde también aparecían las obras completas de Zweig o del hoy reprobado Martín Vigil. Diez años después, en 1933, Molino, que venía a ser la competencia, amplió la oferta popular y juvenil aportando otras series de Blyton o del inolvidable Guillermo Brown. A los lectores adolescentes, como pequeños asnos buridanes, nos tocaba elegir entre unas colecciones y otras, decisión especialmente peliaguda si el estímulo era binario: ¿Los Cinco o Los Siete? Nosotros optamos por Los Cinco, un número tolerable (habida cuenta que el quinto elemento era el perro Tim), frente a la alternativa multitudinaria y orfeónica de Los Siete secretos. El bipartidismo ya está muy presente en la infancia, antes de que la edad nos transforme en animales políticos, también duales; durante esos años formativos las decisiones son inocuas: Madrid o Barsa, Los Bravos o Los Brincos, Patrulla X o Los Cuatro Fantásticos, fomentadoras de banderías rivales aunque amistosas, y por alguna razón desconocida los niños que se decantaron por la elección contraria a la nuestra -el Barsa, por ejemplo, frente a nuestro madridismo- salieron luego más espabilados. La edad no acaba con las bipolaridades -se quiera o no vivimos en un país cainita-, si acaso nos lleva a practicar un cierto sincretismo conciliador: descubrimos que las dos optativas contienen virtudes aprovechables. En el ámbito político esta síntesis nos movió a defender posturas centristas, demostración de que no hemos espabilado todavía.