La Eurocopa arrancó a mediados de junio con poca expectación entre los aficionados españoles, quizás saturados de fútbol por las competiciones ligueras, quizás desilusionados por el pobre papel de la España del soberbio Luis Enrique en el último Mundial, pero cuando el balón empezó a rodar y se sucedieron los partidos de La Roja en la fase de grupos todo comenzó a cambiar y el buen juego del equipo de Luis de la Fuente (al que siempre le perseguirá el aplauso a Luis Rubiales, pese a que pidiese perdón al día siguiente) hizo que todo se tornase en expectación y en ilusión.
La Selección es un combinado de veteranos y noveles, alguno todavía menor de edad, como Lamine Yamal, convertido en ídolo y en el hijo que querrían todos los españoles. La Roja llegó al campeonato sin ningún futbolista considerado como una estrella mundial, algo que sí tenían la mayoría de las favoritas, pero a cambio ha demostrado que es un equipo en el que cada jugador se deja la piel por el compañero, haciendo buena la frase de Alfredo Di Stéfano de que ningún jugador es tan bueno como todos juntos. Y con esa máxima, se han sucedido las eliminatorias, derrotando a campeonas del mundo como Alemania y Francia y con la mente puesta en la final ante otra grande, la inventora del fútbol, Inglaterra.
Sí, yo era uno de esos escépticos al inicio, pero con el paso de los partidos he cambiado mi ánimo hacia una fe ciega en nuestro equipo. Con el panorama que a diario nos ofrecen los que lucen chaqueta y corbata es muy fácil ilusionarse con un grupo de hombres que corren en pantalón corto detrás de una pelota. ¡Dios salve a España!