Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Ludibrio

17/02/2024

Goethe lo tildó como de una fuerza enorme ya presintiendo el final de Napoleón. Estamos en 1813. Goethe (sólo él un monarquismo; «un sistema solar distinto al nuestro», dirá Harold Bloom) reflexiona, todavía en plenitud, de los impulsos oscuros de la historia, de la suya propia y de la política -la síntesis es de Rüdiger Safranski en su ensayo dedicado a El mal-. Napoleón había fundado su propia casa -la casa Bonaparte- y nos había dado a toda Europa la codificación -«les he dado el derecho»- y Goethe (al que había hecho esperar -pero la espera la compensó mostrando su admiración por Las penas del joven Werther-) parece tratarlo un tanto como desde un peldaño superior. Los dos tienen parte de su historia orillada por oscura (Goethe no visitará a su madre y no la entierra cuando muere) y mucha ambición cumplida a fuerza de justicia. La vergonzosa película de Ridley Scott (provoca asco y vómito) no repara en el impulso oscuro de la historia (la rehizo por completo al conocer a Joaquin Phoenix -algo que dice muy poco en favor del actor-) y no guarda ni un adarme de la fibra moral de Bonaparte. Bonaparte y Goethe, en la práctica, crearon a partir de la nada. Goethe dijo que «el color en sí mismo es un grado de la oscuridad» -hay, en efecto, todo un impulso personal y político que nace de la tiniebla- y fundamenta el actuar humano, de un modo más cálido o intenso. Scott es incapaz de armar la paleta polícroma en su Napoleón -peor lo tiene Phoenix que abroga todo registro- y asistimos a una herida abierta que sutura en seguida el conocimiento -siempre el conocimiento sana la herida. Hegel, tras la batalla de Jena, predijo con entusiasmo: «la Historia ha terminado» -y esa impresión acabaría, más tarde, no sólo con el filósofo (malviviendo de los periódicos) y también con un gran profesor norteamericano de origen japonés -Fukuyama y El fin de la Historia-. Goethe y Bonaparte cerraron capítulos de la historia europea que por entonces iba más allá de la propia Europa -tras de ellos, el mundo «nos arroja de nuevo al tumulto de los asuntos humanos»-. Y agua y agua -agua en abundancia-. Agua para cortar el vómito del ludibrio de Ridley Scott.

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