Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Noé

01/03/2025

En un bello artículo -como todos los suyos- Álvaro Cunqueiro nos habla de Noé, carpintero de ribera, preparando el arca para la gran lluvia del castigo. El arcángel Rafael -asegura don Álvaro- «dio a Noé, encuadernado con zafiros ahilados», un libro sagrado donde estaban «la ciencia de las estrellas, el arte de curar y el saber de la dominación de demonios» -libro que parece estuvo en poder de Salomón-. Noé obedeció, aunque con cierta reticencia -pasó más de una cincuentena de años construyendo el arca, trabajando lentamente, «con la esperanza de retrasar la venganza de Dios»-. En estos tiempos tan terribles que nos han tocado vivir -el tiempo de ahora- echa uno en falta al carpintero de ribera que pudiera ir acomodándonos al resguardo del arca para evitar la nueva lluvia del castigo. Como el arca se presume estrecha los viejos daremos paso a los hijos y los hijos a sus hijos -y preveo que en la navegación hayan curas para el desarme moral y que el Noé de ahora asombre a los refugiados leyendo estrellas y haciendo una brújula del cielo-. Cada día que pasa me parece más claro que hay un retardo en la construcción del arca, quizá en la creencia de que todo lo terrible y malo, pueda aserenarse, pero las noticias cada vez son peores, no se observa mejoría, y cuanto antes soportemos la desolación, podrá el arca liberar a los jóvenes en busca de un mundo mejor. Los custodios del mundo libre humillan a los invadidos y despojados. De aquella custodia ha nacido -además- el supremacismo de los magnates, la condena de los indigentes y la abrogación de los derechos sociales. De esta perpetua blasfemia moral -la negación del humanismo cristiano y de la democracia liberal- parece querer resguardarnos el arca. Spengler habló de la guerra como el gran detergente moral que, regularmente, azota al hombre -y por ello es bueno que Noé vaya orillando la reticencia, tendrá trabajo-. Noé habló con todos los animales. Al ver que el fénix no pedía comida, el ave le dijo que no quería entorpecerle y Noé, bendiciéndola, pidió a Dios que nunca muriera -y por eso el ave fénix resurge de sus cenizas-. Cunqueiro asegura que la última vez que fue vista lo fue por un agente del Emperador Rodolfo II, «primo de nuestro Felipe el Prudente». Pero seamos elegantes -no seamos como ellos- y conllevemos nuestro dolor moral -y vital- a la espera de que el arca nos devuelva salvos y refleje en el iris de un muchacho la brújula del cielo.