Tras escuchar a Carlos Mazón en las Cortes Valencianas, su versión de la tragedia sufrida en la región que todavía preside, debo reconocer que sus explicaciones no han parecido en absoluto reconfortantes para nada ni para nadie. Oír a Feijóo, antes de la intervención de Mazón diciendo que la palabra del president sería reconfortante, cuando ya se conocía que el drama superaba los 200 fallecidos y se seguía buscando desaparecidos, resultaba bastante patético. Mazón fue sólo a lo suyo; apenas una mención a las víctimas, ninguna explicación sobre su agenda, comida incluida, de ese día fatal y reparto de culpas y responsabilidades para todos: personas, organismos e instituciones, menos para él, por supuesto. Su actitud y gestión, según el propio Mazón, ha sido intachable por más que los demás, incluidas las mayorías silenciosas de su partido, opinen todo lo contrario y le señalen claramente como el máximo responsable del desastre. Ni siquiera el propio Feijóo puede salvarle cuando en su huida hacia adelante Mazón se hizo el sordo a las reiteradas peticiones que el presidente nacional del PP le lanzó para que renunciara a seguir al frente de la crisis y le pasara el timón del mando al Gobierno central. Con ello Feijóo intentaba matar dos pájaros de un tiro: por un lado apartaba la continua exposición del presidente autonómico y su partido del máximo desgaste político y por otro traspasaba ese deterioro al Gobierno central y especialmente a Pedro Sánchez y a Teresa Ribera.
Mazón, ya se ve, no quiere soltar el mando, no quiere ladearse del poder y Feijóo, como buen gallego en mitad de la escalera, tiene sus dudas y no sabe qué hacer con él.