Decíamos ayer -la semana pasada- que hay muertos de verdad y muertos de mentira y hoy debemos completar el distingo diciendo que hay muertos buenos y malos. Con pocos días de diferencia se han muerto María Teresa Campos y María Jiménez, muertas ejemplares, dicen, por su «empoderamiento» y por su feminismo. Y las dos eran pioneras, ese comodín que se aplica ahora a quien descubre mediterráneos. Como la tontería periodística es inabarcable, hasta se ha utilizado el palabro «resilientes», para completar la terna de memeces. Sospecha uno, pero sin elevar la voz, que en lo sucesivo la vara de medir muertos será su condición de feminista. Si el difunto tenía a bien haber demostrado que lo era –independientemente del resto de sus méritos- será un buen muerto, recibirá el beneplácito de la sociedad y los políticos acudirán a su sepelio tuiteriano a dejar un muy sentido -e hipócrita- pésame. Y si la autopsia moralista dicta que no, se le linchará post mortem como ahora se hace en vida. Sospecha uno también que estas reacciones ante las muertas recientes son un pelín oportunistas, especialmente las provocadas por la cantante, a quien ahora atribuyen un himno que le escribió un señor, obviando el hecho de que estas artistas -de Rocío Jurado para abajo- cantaban lo que les echaran, incluyendo himnos machista/leninistas. Yo, que sigo con mis sospechas en voz baja para no delatar mi plumero macromachista, me pregunto cuantas de las plañideras actuales han escuchado la discografía de Jiménez, o quién habrá visto un programa entero de Campos. No dudo de la valía profesional de esas señoras. De lo que dudo es de sus palmeros.