Que el año 2023 ha resultado un fiasco es una afirmación de Perogrullo. Y no quiero pecar de derrotista. Seguro que han ocurrido cosas buenas y que el problema es mi mala memoria. Es decir, que no las recuerdo. Quizás lo más positivo haya sido lo que no ha ocurrido. Por ejemplo, no ha habido otra pandemia ni un recrudecimiento de la anterior. Tampoco se han registrado erupciones volcánicas en territorio nacional. España no ha ganado el Festival de Eurovisión, lo que para mí no es en absoluto una mala noticia, porque nos hemos librado de pasar meses soportando una nueva cancioncilla cutre. A modo de compensación, los aficionados al fútbol pudieron alegrarse de la victoria de la selección femenina en el Mundial, aunque ni siquiera eso se pudo festejar demasiado por culpa del dichoso Rubiales, quien además de baboso y salido se ganó el título de aguafiestas mayor del reino. Pero de eso ya nadie habla. También está dejando de hablarse del bochornoso pacto que le ha asegurado a Pedro Sánchez su permanencia en La Moncloa y ha hecho aumentar el nivel de repugnancia que inspiran los políticos, si es que ello era posible. Pero todo eso será pronto agua pasada, porque la mala memoria no solo me afecta a mí, sino que es un mal generalizado. Por ejemplo, no hay guerra que soporte más de unos pocos meses de bombardeo informativo, porque la gente se cansa e inconscientemente pide a gritos una guerra nueva para poder relegar al olvido la anterior, por mucho que esta siga generando muerte y destrucción a diario. Cuando yo era estudiante mi madre me compraba unas pastillas para reforzar la memoria. Quizás lo mejor que podría pasarnos este próximo año es que inventaran algún medicamento que nos impidiera olvidar tanta vileza, tanta injusticia y tanta desfachatez como han abundado durante este 2023 que estamos a punto de dejar atrás.