Es bien conocido que el hombre de mayor poder es el juez de instrucción -no diré, por cuanto el artículo sufriría desaire, que otro de los hombres más poderosos es el concejal de urbanismo-. Del poder del instructor se podrá decir lo que se quiera, aunque baste un somero repaso por la actualidad -en realidad de cualquiera- para certificarlo. Algo de culpa tiene en esto Bonaparte (tengo escrito aquí que no es lo mismo Napoleón que Bonaparte a la hora de citar al gran hombre) que codificando el derecho quizá salvara (yo lo creo) su irrupción en la historia -a la manera hegeliana. Balzac lo refirió así en una de sus novelas - A donde llevan los malos caminos- donde, además del instructor, habla de las actas de un interrogatorio - «no es más que el montón de las cenizas de un infierno»- o del ya milagroso código criminal napoleónico. Así lo refirió: «Ninguna potencia humana, ni el rey, ni el guardasellos, ni el primer ministro, puede imponerse sobre las facultades de un juez de instrucción: nada le detiene, nadie le manda. Es un soberano, sometido únicamente a su conciencia y a la ley». Balzac escribió mucho de los procuradores (ávidos de embargar) y de los abogados (el Derville del coronel Chabert -aquí hay polémica: para los puristas Derville es de la procura) aunque peor de los jueces -es el caso de Camusot, libertino y amante de las fiestas, nombrado juez de quiebras, se redimirá ayudando a su amigo César Birotteau. La mejor novela de este mundo litigioso es la Casa desolada de Dickens . Los personajes de Dickens son buenos o malos (hay gradaciones, claro) hasta llegar a su Casa desolada, donde las costas consumen el pleito y a sus litigantes, gastados de por sí y condenándose sin una clara redención. Pero el gran instructor es el fiscal Porfirio Petrovich en Crimen y castigo. Tengo escrito que los lectores de Dostoyevsi -su iglesia- se reconocen por un destello visual inefable en cuanto revelan su afición al ruso. Petrovich es el hombre que inquiere de modo jurídico sin olvidar la naturaleza humana -tan capaz de calar la filosofía del asesino -y en cierto modo el instructor ya va preparando a Raslkolnikov para su redención moral, que es la caridad del cristianismo, a la rusa (toda la gran novela rusa concluirá en aquélla redención insoportable para el bolchevismo). A día de hoy la consideración de Balzac no ha perdido un ápice.