Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Tartana de pasteles

02/03/2024

En Las cerezas del cementerio está el Gabriel Miró del que nos habló largamente Pla, el del mutismo deliberado, una como segunda naturaleza de quietud, sólo quebrándose en el postre      -un hombre aficionado al postre acaba por quebrarse frente a un tocino de cielo-. Pla no soportaba la escritura de Miró -«me había dejado un gusto en la boca de endulzamiento empalagoso, entre soporífero, templado y somnoliento». Miró tiene muchas cosas de Azorín -gran contrasentido-; Azorín es impermeable a la retórica, es de un estatismo notable que, sin embargo, se quiebra ante unas mandarinas a la crema. Sagarra lo retrató un día, sabedor que estaba a pan y agua, hallándose en el Paseo de Gracia: «Miró, en el fondo, era un levantino de Alicante, un sibarita de las pequeñas realidades, como Azorín, y de pasada un gran goloso». Gabriel Miró vive hoy en el subsuelo de la literatura y quizá remanezca un día sacudiéndose su mutismo a base de hojaldrados y cremas. Sus Figuras de la Pasión acrecen como recién salidas de un torrente seco -yo lo imagino mordisqueando un terrón de azúcar, al tiempo que se llena de Simón el Zelota, «intenso, callado, de una humildad generosa de tierra labrada»; y quizá sea esa intensidad o naturaleza de quietud que tanto desagradaba a Pla-. Sagarra le seguía por los colmados donde adquiría cosas de refinado: «conservas especiales, alguna mortadela, algún salami o algún Camembert en el punto justo de su suculenta descomposición». Y es que hay en Gabriel Miró una descomposición de los confitados que anuncia lejanías -muere su obispo leproso y libera a sus personajes en ese ferrocarril tan del levante, dejando como un trueno que define la soledad irremediable: «y se quedó sola en el campo una colina húmeda con una ermita infantil»-. Dedicó su Del vivir a don Próspero Lafarga, que edificó la Lonja de Pescado de Alicante al tiempo que comía dulces de nueces y pistachos, fáciles de conservar. Quizá Pla fuera sincero. Sagarra lo acabó de rematar, liberándolo de gastos y agobios, yendo por el mundo «conduciendo el burro de la ilusión en lo alto de una tartana cargada de pasteles». Miró siempre parece como enlutado. Lo dijo mejor y más triste que Eugenio D'Ors: «lo que en ciencia es continuación, en arte puede ser un plagio».