En Las cerezas del cementerio está el Gabriel Miró del que nos habló largamente Pla, el del mutismo deliberado, una como segunda naturaleza de quietud, sólo quebrándose en el postre -un hombre aficionado al postre acaba por quebrarse frente a un tocino de cielo-. Pla no soportaba la escritura de Miró -«me había dejado un gusto en la boca de endulzamiento empalagoso, entre soporífero, templado y somnoliento». Miró tiene muchas cosas de Azorín -gran contrasentido-; Azorín es impermeable a la retórica, es de un estatismo notable que, sin embargo, se quiebra ante unas mandarinas a la crema. Sagarra lo retrató un día, sabedor que estaba a pan y agua, hallándose en el Paseo de Gracia: «Miró, en el fondo, era un levantino de Alicante, un sibarita de las pequeñas realidades, como Azorín, y de pasada un gran goloso». Gabriel Miró vive hoy en el subsuelo de la literatura y quizá remanezca un día sacudiéndose su mutismo a base de hojaldrados y cremas. Sus Figuras de la Pasión acrecen como recién salidas de un torrente seco -yo lo imagino mordisqueando un terrón de azúcar, al tiempo que se llena de Simón el Zelota, «intenso, callado, de una humildad generosa de tierra labrada»; y quizá sea esa intensidad o naturaleza de quietud que tanto desagradaba a Pla-. Sagarra le seguía por los colmados donde adquiría cosas de refinado: «conservas especiales, alguna mortadela, algún salami o algún Camembert en el punto justo de su suculenta descomposición». Y es que hay en Gabriel Miró una descomposición de los confitados que anuncia lejanías -muere su obispo leproso y libera a sus personajes en ese ferrocarril tan del levante, dejando como un trueno que define la soledad irremediable: «y se quedó sola en el campo una colina húmeda con una ermita infantil»-. Dedicó su Del vivir a don Próspero Lafarga, que edificó la Lonja de Pescado de Alicante al tiempo que comía dulces de nueces y pistachos, fáciles de conservar. Quizá Pla fuera sincero. Sagarra lo acabó de rematar, liberándolo de gastos y agobios, yendo por el mundo «conduciendo el burro de la ilusión en lo alto de una tartana cargada de pasteles». Miró siempre parece como enlutado. Lo dijo mejor y más triste que Eugenio D'Ors: «lo que en ciencia es continuación, en arte puede ser un plagio».