Hace unos días leí una reflexión que quiero compartir con todos los que cada miércoles posáis la mirada en mi rincón. Dicen que hay tres tipos de personas que a lo largo de nuestra historia se van a cruzar en nuestro camino y que tenemos que ser muy hábiles para saber diferenciarlas.
En primer lugar están las personas hoja. Son aquellas que entran en tu vida sólo durante una temporada, se dedican a extraer de ti aquello que necesitan, personas interesadas, de sonrisa impostada y mirada vacía, cargadas de prejuicios. Suelen comprar un disfraz de amigo que les viene grande, lo que sirve para identificar el verdadero propósito de su cercanía. Son fáciles de identificar porque cuando el viento sopla, vuelan.
Luego están las personas rama, aunque son más fuertes que las hoja, has de tratarlas con cautela, concediendo oportunidades pero no pecando de confiada. Procuran hacerte sentir cómoda, relajada, pero provocan en ti esa sensación indescriptible que mantiene activado tu estado de alerta. En la tormenta se quiebran y terminan rompiéndose. A veces ocurre que esa rotura llega a doler porque doloroso es comprobar que susurraste al oído de alguien que sólo era un espejismo.
Finalmente existen las personas raíz, son las más valiosas. Son discretas, personas veinticuatro/siete, siempre de guardia. Son aquellas que enarbolan la bandera de la lealtad, que, desde mi humilde opinión, es la más valiosa de las virtudes. Esas personas te conocen mejor que tú misma. Firmes, perennes. Te cuidan, te quieren y en tiempos difíciles sostendrán tu alma maltrecha.
Qué importante es regar esas raíces.