Decía Khalil Gibran que nuestra ansiedad no viene de pensar en el futuro, sino de querer controlarlo, y no puedo estar más de acuerdo con esa reflexión.
La incertidumbre es la fábrica de nuestros miedos. Y ese miedo a la incertidumbre se produce porque nuestra mente viaja alegremente al futuro, y en ese futuro, casi siempre dibuja escenarios a cuál más derrotista y desolador.
Entiendo que, en esencia, se trata de un miedo provocado por la falta de información sobre otras personas, otros comportamientos, otras reacciones y eso nos hace sentir pequeños, frágiles, vulnerables. También suma el hecho de que solemos hacer gala de una baja tolerancia a la exposición, a ser juzgados, a defraudar, a no estar a la altura.
Es en esos momentos en los que nuestro cerebro vendería su alma al mismísimo diablo a cambio de obtener certezas y lo mismo haría nuestro espíritu crítico si consiguiera en esa transacción estar programado para subestimar las amenazas y sobrestimar nuestra capacidad para saber manejarlas y cogerles las riendas.
Qué complicado lo hacemos todo. Qué especialistas en dramatizar, en inflar los fantasmas que acechan nuestra paz. Qué peliculeros somos en muchas ocasiones, cuánto sufrimiento innecesario, cuánta angustia injustificada.
A veces, muchas veces diría yo, es mucho más sencillo, simplemente debemos dejar fluir, respirar y comprobar que la pirámide se transformó en un grano de arena, la ola megagigante apenas salpicó nuestros zapatos y ese momento apocalíptico se quedó en un delicioso paseo por el parque.