La política, a veces, nos da sorpresas, como la vida que cantaba el Gato Pérez, y una de estas, dentro del marasmo general en la que nos sumerge habitualmente, tiene nombre y apellidos: Manuel Pérez Castell. Los albaceteños tuvimos la suerte de que este paisano se nos cruzara en el polvoriento y arduo camino municipal y diera una vuelta de timón a una ciudad que, aún, se lo agradece. Y no es que soñara con un Albacete más moderno, habitable y competitivo, es que durante los años que manejó con sabiduría el bastón de mando consistorial, hizo realidad un tránsito de gran poblachón a ciudad, aupándonos a un indiscutible primer lugar de Castilla-La Mancha que, por ende, nos permitió empezar a tutear a otras muchas capitales de nuestro entorno autonómico más cercano. Las intrigas y los tejemanejes políticos nos dejaron sin que Pérez Castell pudiera culminar su labor, pero aquellos cimientos y obras quedaron para el futuro, y tras su etapa como primer edil, ya nada fue igual para un Albacete que lo considera en lo más alto de su top de alcaldes. Pero lo más importante no son las obras, sino las razones. Y Manolo tenía muchas para ansiar una sociedad albaceteña que progresara desde una visión global más humana, justa y sin dogmas. El ejerció la política como él mismo era. Que es como se debe gobernar, sin aceptar presiones, ni condicionamientos de ningún tipo. Salir a la avenida de España era encontrarme con mi querido amigo Manolo, que, por cierto, es el único alcalde albacetense al que un grupo local dedicó una canción. Tras un caluroso abrazo, hablábamos de esta columna de la que era lector fiel. Unas veces coincidamos y otras discrepábamos, sobre todo cuando, en estas mismas líneas, yo cuestionaba la deriva de su partido, pero siempre me encantó escuchar su opinión y razonamientos de un filósofo metido a político que me hablaba desde el respeto y amplio conocimiento que exhalan las personas grandes de pensamiento y alma. Ahora que don Manuel ha muerto todo son elogios para su persona y labor, pero qué bonito hubiera sido haberle hecho un gran homenaje en vida, ¿verdad? Siempre nos pasa lo mismo. Aunque seguramente el mejor tributo es que todo Albacete siempre lo recuerde como su alcalde, así, con mayúsculas.