Ahora, una vez destapado a nivel público el asunto, nos enteramos de que, al parecer, todo el mundo lo sabía y, por cuestiones que el que firma no llega a entender, nadie se atrevió a denunciarlo. Según se extrae de la mayoría de las declaraciones de políticos -de unos y otros colores- y de feministas con carné y cuota televisiva, que Errejón era un presunto maltratador sexual y tenía graves adicciones, era vox populi. Pone los pelos de punta escuchar a una tertuliana decir que «todas» estaban advertidas ante los graves y peligrosos problemas del exlíder y CEO de Podemos. Y esto me lleva a pensar, una vez más, que sólo nos llega la información que a determinados lobbys políticos, económicos y culturales les interesa. ¿O cómo es posible que ellos supieran que Errejón era un agresor, da igual de la índole que sea, y que el resto de los civiles no? ¿O es que es menos grave que este personaje hubiera atacado a una mujer anónima que a una exuberante y famosa actriz? Llegados a este punto ahondamos en uno de los puntos más dolosos del asunto y que determina el grado de patología del político de izquierdas. A este Eros podemita no le interesaban las mujeres comunes, sólo le enloquecían las que, de alguna forma, detentan poder. Y ese mismo podría derivar de su propia belleza física o, también, de su potencial económico, político o social. O todo a la vez. Y al parecer esto, contra lo que podría parecer, era algo que aún lo convertía en algo tan sumamente arriesgado, como extrañamente atractivo. Poco se habla de la llama erótica del poder, pero hoy toca. Y no tenemos que irnos muy lejos para ello. Hemos conocido numerosos casos, en el entorno albaceteño, de parejas, a priori imposibles, ante las que sólo existía la explicación de que su rara atracción partía de algo que poco o nada tenía que ver con lo físico o, incluso, lo intelectual. Y es que no parece existir mayor afrodisíaco, para unos y otras, que presidir una empresa, ser delegado de algo o detentar un acta de diputado o de concejal, por extraño que pueda parecernos a las personas normales; esas mismas a las que desde los mentideros del Congreso de los Diputados y del feminismo capitalino no se nos avisó, por lo que fuese, de que ese gerifalte de izquierdas con cara de niño, ojos azules y gesto dulce era una amenaza ante la que huir como alma que lleva el diablo. Feliz jaloguin para todos.