Nos recordó Fernando Savater la celebración del día internacional del tebeo. Entre tantas celebraciones inanes ésta es de las pocas a la que vale la pena atender porque el concepto de tebeo subsume, además de la publicación gráfica en sí, a la infancia (para la que ya existe otro día), la nostalgia, la ingenuidad y si nos ponemos liróforos, al paraíso perdido. Aclaremos que hay que deslindar el término tebeo del de cómic, que adolece de una sofisticación mayor, de un arte más consciente, orientado normalmente hacia adultos (hay cómics pornográficos, de terror, de humor gamberro) y que ni en broma lo relacionaríamos con la novela gráfica, una moda que se esfumará en cuanto deje de ser rentable. El tebeo, como la lluvia borgiana, es algo que acontece en el pasado, y no porque hayan dejado de editarse publicaciones para los más menudos, sino porque esos menudos ya no somos nosotros. El tebeo como tal queda anclado en la publicación que le dio nombre, en los tebeos de las editoriales Bruguera, Novaro, Valenciana o Toray entre otras. De todo ese fulgurante catálogo de héroes enclaustrados en viñetas sólo sobrevivieron Mortadelo y Filemón, injustamente, pues había docenas tan meritorios como ellos. El tebeo es la carrerilla que nos deposita en la gran literatura. Perdemos la inocencia en cuanto el texto se come toda la página, privándola de ilustración. Comparado a la novela, el gran menoscabo del tebeo es que no admite relectura. El viaje de retroceso -volver a los tebeos en edad provecta- es inoportuno y desaconsejable, salvo que uno preserve la mirada intacta de la niñez, como yo creo que sólo la conserva, entre nosotros, Valeriano Belmonte.