Agradeciendo la mención especial del jurado, el músico, compositor y cantautor de Albacete, Jacobo Serra consiguió captar toda mi atención y me inspiró la reflexión de hoy.
El viernes pasado, FEDA celebró (desplazada en el calendario por motivos de sobra conocidos) su gala de entrega de premios San Juan. El jurado quiso poner el valor el talento de un chico joven que ha encontrado en la música su rincón favorito. Licenciado en Derecho, Jacobo llegó a ejercer la abogacía, pero más pronto que tarde se dio cuenta de que su lugar no estaba en los estrados sino en los escenarios y apostó por ello.
Se quejó Jacobo de que le conocieran con el nombre de el beatle de Albacete y haciendo patria, que es donde estamos en pañales, proclamó micrófono en ristre que le gustaría más que le bautizaran como el Albéniz de Albacete, toda vez que la virtuosidad de los genios musicales españoles nada tiene que envidiar a los de fuera.
Y reivindicó, con su cara de niño y su aplomo ante un auditorio abarrotado, un cambio de actitud y la urgencia de despertar de una vez por todas. Y nos pidió que desecháramos los eternos complejos y dejemos de creer que lo de más allá de nuestra tierra siempre es mejor que lo propio.
Te aplaudo, colega, y felicito tu didáctica intervención, el tono de tu discurso y la frescura que derrochaste en la posesión de la palabra.
Ya en el vino (me niego a utilizar el término cocktail) de después tuve la ocasión de saludarle personalmente y mejorar más si cabe, la impresión que me causó.