La interpretación de Se nos rompió el amor en la entrega de los Grammy, a cargo de Rosalía, ha hecho recalar a algún comentarista en la observación de que ya nadie canta al amor, como hacían los melódicos antiguos. Es tendencia dominante, en cambio, referir la ruptura amorosa, la desazón del enamoramiento, los estragos de la vida compartida, el asco tremendo ante el compromiso. La televisión está surtida de parejas fashion que se han tirado los trastos y toda una trama de psicólogos desaconsejan las relaciones demasiado pasionales por lo que tienen de sumisión al otro. Vende más el desamor -o la indiferencia a secas- que el amor y hoy el matrimonio tiene los días contados (por primera vez la estadística señala más hijos de madres solteras que de casadas). Sin quitarle un punto de razón al hecho de que enamorarse es una lata, de que la pasión dura lo que un telediario, y el roce, además de cariño, fomenta a larga aburrimiento, habría que ofrecer una versión completa de los hechos y no vencerse exclusivamente a la negatividad: también hay parejas que se quieren. A efectos noticiosos, sin embargo, lo malo atrae más que lo virtuoso, como demuestra el estrellato de otros asuntos actuales: incidir en la pedofilia de la iglesia, con abrumadores documentos, solapa el hecho que hay más curas buenos que degenerados, como enfocar solo a manifestantes vandálicos nos priva de la contemplación de los pacíficos, mayoritarios. Por mucho que se empeñen los medios de comunicación, regodeados en la estética de lo abominable, no vivimos –todavía no- en el infierno. También lo bueno, aunque arrastre menos audiencias, es noticiable..