Llega la Navidad y de su mano esa obligación impuesta de felicidad, pero a veces la nostalgia gana el pulso y la garganta hace que tragar duela porque el duelo acuchilla su silueta. Y me resisto y me niego y me enfado por no ser capaz de encontrar el pedal del freno para evitar que lleguen las fechas en las que nos sentabas a la mesa, a tu mesa y con tu voz de hombre honesto nos dedicabas unas palabras que servían para hacernos sentir las personas más afortunadas del planeta por tenerte como referente.
Si tuviera que contarte cómo estoy te diría que los días pesan con tu ausencia y que tengo el estómago anudado desde el día que te marchaste, que hay lágrimas que duelen y que a veces no puedo (ni quiero) contener. Te diría que te sigo buscando cuando cierro mis ojos con la esperanza de encontrarte y de saber de ti y también te diría que no sé lo que daría por poder abrazarte. Y no estás. Y tu silla vacía me recuerda de ese modo cruel que no estás, que ya no estás, como si hubiera sido capaz de olvidarlo.
Y te diría que a veces me siento triste, que hay días nublados donde no termino de ver el sol, que a veces tiemblo y no es de frío y que hay cicatrices que no terminan de curar.
Todo eso te diría.
Pero también te prometería que me esforzaré por llevar por bandera los valores que conforman tu legado, que honraré tu memoria, que te haré sentir orgulloso de mí, que exprimiré la vida para sacarle todo el jugo y que no me traicionaré.
Y que, pese a todo, seguiré celebrando la Navidad.