Miles de mujeres en varias calles de España han hecho menos ruido que un solo juez en todo un acto en Madrid ese mismo día, el pasado lunes 25-N, Día de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. En plena reivindicación frente a la violencia de género un juez de la Audiencia Nacional, el magistrado Eloy Velasco, se permite el lujo de auparse a un inesperado, y creo que inapropiado, protagonismo, con demoledoras opiniones en el marco de un foro formativo con expresiones y calificaciones de las que se desprende el más rancio machismo y que se abren a una polémica inesperada para el momento y el lugar donde se produce. Con sus palabras, el juez ha faltado al respeto a miles de trabajadoras y a la equidad e imparcialidad que la Justicia y sus representantes requieren. Su machismo hace un flaco favor a la democracia bajo la perspectiva del poder de las togas y ningunea a las miles de trabajadoras que compatibilizan su modesto, pero honroso, trabajo de cajeras en un supermercado con los estudios que les permitirán cursar una carrera universitaria,y, que en muchos casos, puede ser la de Derecho.
Para criticar a Irene Montero o su gestión como exministra no hacía falta minusvalorar o menospreciar a todas las cajeras de Mercadona o de cualquier otro supermercado. Y de todo un señor juez cabría esperar una crítica más fundamentada y menos ofensiva, pero sobre todo menos machista. El estamento judicial no se enriquece con argumentos como los utilizados por el magistrado Velasco y menos en un momento como este en el que la política española ha derivado de un tiempo a esta parte en una judicialización que supera con creces la que debiera ser justa y razonable.