Otro año más, los resultados del informe PISA distan de ser halagüeños para los españoles. Nos hundimos en matemáticas, no levantamos cabeza en comprensión lectora, aunque sobrenadamos en ciencias. Nuestro consuelo de tontos es que el resto de países del entorno casi nos igualan en barbarie. Paradójicamente, los mismos alumnos que no saben interpretar la o del canuto o encuentran dificultades en hacer una suma sin ayuda de una calculadora se convierten en lumbreras llegados a la ebau, con un casi pleno de aprobados y generosos promedios de notable y sobresaliente, lo que señala que quizá sean los encargados de realizar estas pruebas o de establecer estadísticas los necesitados de una prueba PISA de idoneidad. A la hora de repartir culpabilidades, cada comunidad apunta a un responsable: para los madrileños, es el gobierno de Sánchez, para los catalanes es el exceso de inmigrantes el que desnivela los resultados. De poco ha servido remozar las matemáticas con cariñitos, jibarizar los contenidos o convertir los libros de texto en manuales de buena conducta y las aulas en salones recreativos: la cabra tira al monte de la ignorancia. Muchos padres y pedagogos tienen claro que es el abuso de tecnologías lo que impide el progreso cognitivo de las criaturas y abogan por la prohibición o limitación de los móviles, justamente lo que mejor dominan. No se descarta que la amenaza del cambio climático, con la que les tienen acojonaditos, sea la que les quite las ganas de estudiar, como al niño Woody Allen, que no veía sentido a esforzarse en un universo en expansión. Habrá que esperar a que los examinandos de hoy sean los examinadores de mañana para salir de dudas.