A propósito del dinero, Domingo García-Sabell escribió que «el avaro es el onanista del dinero». Lo escribió en un librito, Testimonio personal, donde el gran humanista gallego ajustaría cuentas propias -esa contaduría para la que no hay una ley genérica y sobre la que pende una espada de taza a la manera de cuidarse de que la conciencia que rige el ajuste no se adultere de grado-. Todos conocemos a grandes avaros y la literatura dejó un buen puñado de ellos -Balzac escribiría, en el semanario de la Europa literaria la historia de Eugenia Grandet (novela que tradujo Dostoievski al ruso) donde el padre recontaba el oro, casi moribundo, en la cama de respeto. Pero el gran avaro retratado por Balzac fue el usurero Gobseck, un tipo fascinante, tomador de vales reales, grande a la hora de suscribir prendas con o sin desplazamiento, incapaz de ejecutar letras protestadas en defensa de mujeres comprometidas de la alta sociedad.
Tanto en el acopio de dinero -con la finalidad exclusiva de disfrutar su tenencia- como en el propósito de la usura, vicios reprobables, hay destellos morales que, en el fondo, vienen a redimir al réprobo. Tenemos hoy el caso de Ko?do García. Ko?do amontona dinero como el español de a pie que siempre ha sido -compra apartamentos en Benidorm y se vale de esposa, hermano y una hija de un año, para resguardarse. Ko?do no es el cerebro de la trama que se abrigaba de otro modo -creando sociedades pantalla y moviendo el dinero a bancos portugueses. Pero en la avaricia de Ko?do hay algo que le distingue del clásico avaro: comparte hasta tal punto que es capaz de modificar su testamento en dos ocasiones; es codicioso y a la vez desprendido.
El onanista -el padre de Eugenia- muere irredento; le ocurre lo que al avaro de los Sueños de Quevedo: se afana en no perder tiempo, cada pérdida le empobrece doblemente: pierde tiempo para acrecer su fortuna y pierde calidad en su autoerotismo.
La avaricia, entonces, es toda una iglesia personal adornada de barrocas decisiones, con un misal o libro contable, que casi nadie entiende, a excepción del fidelísimo avaro que reteniendo el oro hasta en su delirio final pide revisar tal o cual inversión a corto. Para Koldo lo bueno es la paella y la tumbona de Benidorm -su particular fe del carbonero.