Se equivocan gravemente Sánchez y sus adláteres al intentar lanzar a la sociedad contra las protestas -lógicas, justas y necesarias- de nuestros agricultores. No es cierto que la gran mayoría de los trabajadores albaceteños del campo, que se han lanzado a cortar calles y carreteras, lo hayan hecho llamados por la ultraderecha. Tampoco lo es que sean todos terratenientes y empresarios potentados. Querer convencernos de que son señoritos, todos esos currantes de la poca gloria jornalera que llevan años trabajando a pérdidas, es algo tan maniqueo como malvado. Y aquí es cuando desde el Gobierno yerran, una vez más, al lanzar a los sindicatos contra los que supone que deben ser sus defendidos. Al respecto, el papelón del secretario general de CCOO, Unai Sordo, merece un premio Goya. Sus declaraciones son pura y burda manipulación. Que nadie nos engañe, el campo ha sido abandonado por el Gobierno y los sindicatos a su servicio y en nómina. Y por eso se están manifestando, no porque los haya movilizado Vox o porque se hayan visto algunas siempre indeseables banderas o mensajes anticonstitucionales -que bien les vienen a algunos para desviar la atención hacia donde les conviene- en dichas protestas. La inmensa mayoría de los manchegos que han salido a mostrar su malestar sobre el asfalto son curritos del campo, de los que se levantan antes del frío amanecer para intentar seguir sacándole un jornal a muchas horas de labor en condiciones duras y poco reconocidas. Llegados a este punto hay que señalar que el problema de la agricultura en España no difiere mucho de los que afectan a las de otros países europeos que también se han levantado estos días en contra de sus fatales gobernantes. Y sus soluciones no son cosa de un día o algo que se pueda corregir con un Decreto Ley o dos. La problemática agrícola es mucho más profunda, afectando a sus más ancestrales estructuras. Esas mismas que, por lo que sea, no se han reformado desde tiempos inmemoriales y que, frente a la competencia desleal externa, nulo proteccionismo y las estranguladoras exigencias de las propias leyes ad-hoc, nos han llevado a un punto límite en el que está en juego, nada más y menos, que nuestra alimentación. Intentar confundirnos, con algo tan grave y flagrante, es absolutamente indecente. Como casi todo, o todo. Dolor fuerte de campo.