No sé a ustedes, pero a mí este festivo regional que el gobierno de la Junta se sacó de la manga me parece difícil de justificar en un Estado laico como el que se dice que tenemos. Desde que se celebra, siempre lo he visto como un festivo incómodo. Y, si me apuran, también inoportuno por lo de caer siempre en jueves conforme a los dictados del calendario litúrgico (¿se acuerdan de aquello de «tres jueves hay en el año que relucen más que el sol»?). Curioso laicismo el de nuestros gobernantes, que se pliegan a tradiciones medievales y a exigencias de la jerarquía católica, en lugar de dar prioridad a un calendario laboral basado en la racionalidad y en el descanso que merecen los trabajadores. No quiero pensar que lo que el asunto esconda sea el despotismo de una clase política afincada en Toledo, la pretensión de imponer tradiciones que allí son seculares y en el resto de la región apenas existen. En cuanto al trasfondo religioso, creo que nada hay más privado que la fe, por lo que resulta difícil entender que ésta impregne algo tan público y de todos como el calendario laboral. Si han leído Infancia y corrupciones, las magníficas memorias de Antonio Martínez Sarrión, seguramente recordarán las páginas que el autor dedica al Congreso Eucarístico celebrado en Barcelona en 1952, una exaltación de la Eucaristía rezumante de fanatismo franquista que se conoció popularmente como La Olimpiada de la Hostia. Sin embargo, lo que en los tenebrosos 50 de nuestra posguerra tenía su porqué histórico y sociológico, resulta inexplicable hoy en día, salvo como una prueba más de que a nuestros políticos, cuyos cargos emanan de nuestros votos y se pagan con nuestros impuestos, les importa muy poco nuestro bienestar y mucho sus compromisos, sus pactos y sus chanchullos. Tengo entendido que en Toledo ayer les llovió durante buena parte de la procesión. Me alegro.