A cuenta de Lévi-Strauss hay una suposición firme que distingue culturas locuaces, que derrochan palabras, y culturas que son avaras del habla y que atesoran el lenguaje. La elegancia de Steiner nos acompaña al habla interna -terra incognita de la teoría lingüística. Uno puede sentirse cómodo en un habla cuidadosa y feliz en verborrea barroca -y esa comodidad transitaría por entre la discutida virtud en decir mucho en poco o poco en mucho. «Nos hablamos para no hablar con otros... nos hablamos a nosotros mismos para anclar nuestra propia presencia esencial... nos hablamos para acumular las adquisiciones de la experiencia, para atesorar e inventariar... nos hablamos cuando estamos embebidos en un juego de lenguaje». Esta rota de Steiner define muy bien lo lúdico del habla. Preferimos hablarnos para sí antes de mover a la palabra ya cansada por el peso de sus ornamentos. Nos religamos en el buen decir y mostramos asombro en nuestros juegos con las palabras. Conforme el vocabulario se ensancha paradójicamente empobrece la lengua -de ahí la locuacidad cultural que malgasta las palabras- y cuando se retrae hace del habla como una nueva visita que hacer refulgir el tesoro común. Esto se atisba de seguido en esa dignidad de la que se reviste el lector. El lector revisita -George Steiner se detiene en el canon de Proust-, vuelve a la conciencia de lo más vivo de su propio ser aumentado, a través de un relacionarse con textos y fragmentos de textos, de un citarlos y un unirse a ellos en un mudo coloquio. Esta mudez es distinta -no hay terra incognita- al habla interna -nos hablamos para no hablar con otros- y, en realidad, la lectura no se comenta, se hace. En este hacer el buen lector abre espacios y huye de los malos libros -nadie está cómodo en el naufragio del decir- y llena la alcuza para ser todavía más restrictivo en el habla. La esponja embebe el agua y nos habla y procura el juego de la lengua. Entre hablante y oyente, «la palabra oculta mucho más de lo que confiesa; opaca mucho más de lo que define; aparta mucho más de lo que vincula» -pero esa ocultación es ya muy distante -y distinta- en el habla interna, salvo el palabrista o palabroso, deseando decirse muchas cosas y al tiempo casi nunca decirse nada -de ahí el juego-. Steiner hablará de una elaboración, «en lo más profundo de sí mismo, la gramática, las mitologías de la esperanza y la fantasía del engaño».