Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El barómetro

01/06/2024

En Eugenia Grandet, novela que Dostoievski tradujo al ruso -qué grandes los novelistas rusos-, Balzac se detiene frente al barómetro, en sus depresiones familiares, en todo barómetro que hay en los hogares o en los despachos profesionales -yo tengo uno que compró mi padre hace una cincuentena de años y que golpeo suavemente para ver por dónde oscila la aguja que soporta la presión-. Balzac dirá que «el barómetro entristece, desarruga y alegra sucesivamente». Hay que recordar que nos hallamos en la casa del avaro señor Grandet -«de atroz piedad»- que es solícito con Eugenia -«querría sentir santas promesas en el calor de tu mano»- . Balzac fue el primero que hizo del dinero el motor de la novela -y del avaro, del que el profesor García Sabell dijo ser el «onanista del dinero»-. En La Vendetta es capaz en definir el mirar del codicioso: «La mirada que allí dirigió sólo puede compararse a la de un avaro al descubrir los tesoros de Aladino». El barómetro es siempre una alegoría moral. No todos los días le intimamos -el golpecito- a excepción de los días que anuncian gozo (profesional) o incertidumbre -los más. Tras la consulta del barómetro el hombre cambia -es un barómetro de despacho y profesional y, por tanto, religado con el beneficio económico o el quebranto- y es fácil adivinar su estado. La avaricia, cuando es impropia, cuando se propone un objetivo de curación, como en el caso de Beatriz, «deja de ser un vicio y se convierte en el instrumento de una virtud, sus privaciones excesivas pasan a ser continuas ofrendas, posee, en fin, la grandeza de la intención oculta bajo sus mezquindades». No es el caso del señor Grandet -recontando el oro en su cama de respeto, dispuesto a desterrar su propio bien morir con tal de abrazarse a las monedas- y sí el de los padres que aleccionan al hijo: «El contrato, hijo mío, es el más santo de los deberes. Si vuestro padre y vuestra madre no hubieran hecho bien su cama, quizá hoy os encontraríais vos sin sábanas». Hay -desde luego- una consulta rutinaria del barómetro que no va más allá de las consultas que hoy hacemos en los teléfonos móviles: el tiempo de cada día. Pero esa consulta es ajena al golpecito que damos al barómetro de despacho que es, casi, como una observación secreta.

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