Desde hace unos días vemos cómo decenas de jóvenes africanos deambulan por las inmediaciones de varios poblados ilegales y naves abandonadas, ubicadas en la carretera que lleva a la Base de Los Llanos, a sólo unos pocos centenares de metros de la ciudad. Como todos los años por estas fechas, llegan a Albacete para trabajar en el campo sin más remedio, en muchos casos, que residir en condiciones inhumanas por la desidia pública -de las diferentes administraciones responsables que no resuelven un problema que se repite- y privada, de esos empresarios que no les ayudan a que puedan reponer fuerzas, al terminar su tajo diario, con las mínimas condiciones para ello. En varias glorietas, situadas en la calle Hellín, se les ve esperando a que unas furgonetas los recoja y los lleve a su lugar de labor, para volver, al mismo sitio, por la tarde, agotados y polvorientos. Ante esta situación podemos hacer dos cosas, mirar para otro lado para evitar que un desalojo masivo acabe con disturbios, como ya sucedió hace unos años, o actuar de verdad, desde la conciencia y necesaria empatía, para que estas personas vivan con integridad el tiempo que estén en nuestra ciudad. Que a nadie se le olvide que necesitamos encarecidamente su mano de obra, ya que muchas de las faenas que realizan son las que precisamente rechazan los jornaleros oriundos por ser un trabajo duro y mal pagado. No tenemos datos oficiales sobre qué número de temporeros llega cada año; tampoco sabemos si crece. Parece no interesar mucho que se sepa que cada vez son más, es una evidencia. Lo que sí sabemos es que en 2014 llegaron a Canarias 296 inmigrantes irregulares, mientras que en 2023 fueron 39.910. Esto supone un incremento del 13.483%, lo que supone ser un disparate insoportable. La conocida como la 'Ruta canaria' que, además, es la vía de acceso a Europa más peligrosa y letal de todas, se ha convertido en un problema gravísimo por imparable que amenaza con colapsar una zona de España que ahora se siente más olvidada que nunca por los de siempre. Algunos de los chicos malienses, senegaleses o mauritanos que podemos ver, como perdidos, cerca de nuestras realidades diarias, han llegado a la península a través de dicho itinerario. Se han jugado la vida para llegar a un lugar hostil para ellos en el que sólo se aprecia lo bueno que son para sacar adelante los trabajos agrícolas que aquí nadie quiere. Jornaleros al pairo y sin gloria.