Oubaitori es un vocablo japonés que viene a significar el arte de dejar de compararte con otros. Cada uno de nosotros, como las flores, florecemos a nuestro propio ritmo y de una manera única, porque única es nuestra personalidad y eso es lo que nos hace especiales.
Tenemos la casa llena de espejos y estoy convencida de que todos pasamos mucho tiempo plantados delante de ellos y lo hacemos de un modo mecanizado, es decir, saludamos a nuestro reflejo mientras nos lavamos los dientes, nos aplicamos cremas en la cara, maquillamos nuestra mirada, nos quitamos de la ceja algún pelo rebelde... pero jamás nos detenemos a charlar con la imagen que nos devuelve. 
Observémonos frente al espejo, pero no para reclamarle al tiempo que pise el pedal del freno, ni para diseccionar nuestras imperfecciones físicas, sino para observar la grandeza de nuestra alma, para admirar nuestra capacidad de afrontar los retos diarios que la vida nos coloca en el camino. Contemplemos orgullosos nuestro coraje, nuestras ganas de comernos el mundo, como si fuera de chocolate. Cuidemos esa imagen rebotada sin que nos importe lo que ven los demás porque hace mucho tiempo debimos comprender que lo verdaderamente valioso es lo que vemos nosotros mismos.
Tratémonos con cariño, sonriendo a esa imagen proyectada en la que nos hemos convertido y entendamos que cada arruga, cada cana, cada signo de madurez, no es sino una medalla por cada batalla librada y siempre ganada en la vida, ya que, si estamos vivos, es que vencimos.