Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


La cinta de correr

20/07/2024

Lo primero que pidió Julian Assange al refugiarse en la embajada de Ecuador en el Reino Unido fue una cinta para correr -parece que el ejercicio lo dejó pronto- y se dispuso a vivir su fatal pesadilla (hubo cables hechos públicos que pusieron en grave riesgo a las personas y la seguridad de los Estados -entre ellos España-) que acabó hace bien poco con una declaración de culpabilidad. El embajador del Ecuador echó un cerrojo y parceló el territorio del refugiado: una habitación con vistas y medio pasillo donde, al parecer, Assange instaló la cinta. El encierro diplomático lo fue de un par de años y suponiendo que Assange corriera diez mil metros diarios -descansando los domingos- se habría empleado en hacer 3.120 kilómetros. Expulsado de la embajada y en prisión preventiva durante 1.901 días, parece que en la cárcel ocupó el tiempo libre en preguntarse si valió la pena desafiar las políticas de seguridad nacional de los Estados Unidos y sus aliados -yo creo que no mereció la pena, además de ser sus hechos reprobables-. Correr en cinta suele ser muy aburrido para un entrenamiento medio de diez mil metros -además, cierto descuido como seguir la televisión o escuchar música al tiempo que se corre, puede acabar en desequilibrio y susto. Parece ser que hay una cinta, la cinta de Manuel Poveda y de la que hoy dispone el gran Sebastián M. Gómez, autor de Crónicas atléticas, cinta que obra milagros y te pone en forma de inmediato -yo verla, no la he visto, pero no hay duda por los grandes resultados de Sebastián. La cinta es un remedio muy subsidiario -totalmente, diría yo; hemos corrido con nieve, bajo una quincena de grados en negativo, soportando pedrisco en Molinicos, barro en Pétrola y, en Villamalea,  las tres leguas en pleno mes de agosto- que procura, el abuso de la cinta, de modo peligroso, la llamada zona de confort -una vez pasadas las de pánico y aprendizaje. Julián Assange tuvo una zona de aprendizaje en la embajada de Ecuador -donde no aprendió casi nada aunque recibió la visita de don Baltasar Garzón, de cuya copa bebió -y bebe- Dolores Delgado y luego, cuando la expulsión, entró en pánico y dejó atrás meses de vino y rosas (los primeros) en una aventura que algunos defendieron como ejercicio supremo de libertad de expresión e información -para mí los crímenes siempre lo son. Probablemente la cinta quedó en la embajada cuando Ecuador le revocó el asilo y algún discreto funcionario consular -como yo lo soy- concierta sus asuntos en tiempos también discretos de entreno.