En mi pueblo de la Alcarria Alta de Guadalajara, al igual que en todos los vecinos de la comarca y de la sierra, había rebaños de ovejas y también de cabras. En casa hubo uno de las primeras mientras que la cabra, que teníamos para leche, iba con las de su especie con todas las del vecindario. La cabra y la oveja tienen cada cual un pastar y un diferente careo.
Están entre mis mejores recuerdos de mi infancia, de la mano de mi padre, hacia el corral para recibirlas cuando volvían en las noches frías con las estrellas destilando el hielo por sus brillantes puntas, sus balidos, los corderos, la que era pinta y la que llamaba la Ovalada, dos muruecos, el mocho y el que tenía cuernos y una vez me dio un topetazo en la barriga y el nombre del pastor, el Marianejo.
Nuestra punta iba con otras de la familia mas cercana, primos hermanos, y con corral al lado. En Bujalaro llegó a haber media docena de hatos. Cuando nos marchamos, se vendieron y se dejó la labor, pero cuando volvía en los veranos seguía viendo los rebaños por los campos. Aunque cada vez eran menos. Dos rebaños aguantaron hasta hace no muchos años. Hasta que a mi tío Juanito, que iba para los 90 hubo que «quitárselas». Eran lo que más le gustaba y mas quería y yo en mis campeos y mis recorridos de caza por el término hacía por cogerle el rumbo e ir a su encuentro. Se disfrutaba más echando el bocado y el chispo de vino juntos y con las reses a la vista. Y los perros a la espera de que algo les cayera.
Luego el término se quedó ya sin un solo rebaño. Es cuando lo sentí ya del todo vacío . Antes había desaparecido todo el bicherío, las mulas, los borricos, los cochinos en las cortes, los perros que ya no podían andar sueltos y apenas quedaban algunas gallinas, pero con cuidado que a uno hasta lo denunciaron porque el gallo molestaba a una que venía de la capital a disfrutar de la tranquilidad del campo. Con la desaparición de las ovejas algo que siempre había estado allí se perdió en el paisaje y me dio mucha pena.
Sé que la ganadería de ovino va velozmente a menos. No me extraña. Es un trabajo esclavo, sin fiestas de guardar ni fines de semana, duro y solitario. Y los beneficios no son muchos y ya lo de las trabas y líos de papeleo y requisitos parecen hechos aposta para hacer desistir. O sea, que por todos los lados están desapareciendo y la cabaña merma a pasos agigantados.
Pero mira por donde el otro día me llevé una alegría. Las ovejas han vuelto a mi pueblo. Estaban en la cañada, la que baja desde el Pico del Monte hasta el río. Me dijeron que un ganadero ha arrendado el aprovechamiento de los pastos y que ya andan por allí dejando su rastro de cagarrutas, seguro que alguno también se queja, pero limpiando los labrantíos y los ribazos y cipoteros de broza. Y a los que saben de lo que deben les parece muy bien que hayan vuelto. Ellas, y ya no te digo las cabras, son las que de verdad saben limpiar los campos y los montes. La ganadería extensiva siempre ha sido la mejor previsión contra incendios.
Yo en mucho mas de esos vericuetos voy a meterme, pero lo que quería contarles es que me chispeó la mirada y los recuerdos me acariciaron el corazón cuando estas pasadas navidades volví a escuchar su balidos y la volví a ver en ese «belén» de mis tierras alcarreñas. Bienvenidas sean.