Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


Tribuna de hemiciclo

19/11/2024

El miércoles fui invitado al Congreso por el diputado por Albacete, y alcalde que fue, Emilio Sáez. Se debatía la gestión de la catástrofe natural de Valencia y también de nuestro Letur. Me senté en esa Tribuna de Hemiciclo donde los invitados del Pueblo siguen los debates. La vista era la de una andanada ante una corrida de toros y algo de esa metáfora tuvo. Desde la Tribuna contemplas todo el Hemiciclo, incluso en detalle la actitud y el grado de atención y seguimiento de sus señorías. Sobre la histórica sala sobrevolaba un espíritu de Nación triste, candada, golpeada ante los acontecimientos vividos en estos años convulsos. Me reconfortó ver inscrito en las dos solemnes placas de mármol, a ambos lados de la Presidencia, los nombres de héroes de la Nación como Padilla, Maldonado, Daoiz o Velarde. Sobre los escaños planeaba el espíritu de diputados como Castelar, Cánovas, Sagasta, Dato, de mis admirados Galdós o Azorín quienes ocuparon escaño o el recuerdo vivo de dos héroes de la Transición como Suárez o Gutiérrez Mellado. Volvieron aquellos años de mi juventud donde mis padres políticos de la UCD en el CEU nos invitaban al Congreso para hervir lentamente nuestro deseo político. Albacete también estaba presente. En la mesa presidencial se situaba nuestra diputada y amiga, la popular Carmen Navarro. En la parte superior de las esbeltas columnas estaba el escudo de nuestra provincia y justo abajo, en los escaños de la bancada socialista, se sentaba en tendido preferente mi anfitrión, Emilio Sáez. Tomé mis notas. Entre ellas lo que me produjo ese buen orador, pero lleno de trampas al estilo de un trilero de las Ramblas barcelonesas, como es el catalán Gabriel Rufián. En el descanso del Pleno, junto a Emilio, abandonamos el Congreso por la puerta trasera que da a la que fue casa de Azorín, en la calle Zorrilla. Nos esperaba un café hablando de Albacete. Le sugerí trabajar por la provincia con independencia de los intereses de partido. Y tras una hora, nos despedimos a la espalda del Congreso con un estrecho abrazo y , como no podía ser menos, con el azoriniano grito de «Albacete, siempre».