Si lo de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Albacete superó el esperpento, lo de Vox no le va a la zaga. Unos, los primeros, protagonizaron, junto a sus socios socialistas, una legislatura comatosa que acabó con su salida del Gobierno municipal y posterior desaparición, para alivio general de la inmensa mayoría de la ciudadanía albaceteña. Mientras que los segundos llevan camino de superar la astracanada de los anaranjados. La expulsión de tres de los cuatro concejales del partido de Abascal, por saltarse a la torera la disciplina de partido -eso de lo que Page hace bandera- supone que la realidad en el Consistorio pase a ser otra. Ahora todo depende de saber qué pasará con estos tres ex Vox. Todo sugiere que van a mantener sus actas de concejales -ya que son suyas, muy a pesar de sus jefes que les exigen su inmediata entrega- pasando así a formar parte del siempre peculiar grupeto de los no adscritos. Esto supondría que, muy posiblemente y por una cuestión de presunta afinidad ideológica, el alcalde pudiera contar con el posible apoyo de estos tres ediles, en cualquiera de las cuestiones y asuntos que quiera sacar adelante vía pleno municipal. Desde el PP niegan cualquier tipo de contacto al respecto y es de creer. Pero la cuestión es que de pronto se han encontrado con una situación muy favorable, ya que automáticamente sumaría esos apoyos que necesitan, desde la aritmética, al no contar con la mayoría absoluta siempre deseada. Como es natural esta nueva coyuntura no se ve con buenos ojos desde una oposición socialista que contempla absorta cómo esta revuelta en el partido ultra favorece a un Serrano que se ha encontrado con un regalo que dista mucho de ser envenenado. En las próximas semanas, ya en pleno ferragosto, será cuando se dirima si estos concejales díscolos se van o se quedan. Apuesto a que seguirán. Y es que posiblemente, y al menos en dos de los tres casos, es más lucrativo vivir de la política que de sus labores profesionales. Atentos.