En un popular programa de televisión, en el que presuntamente se batalla entre restaurantes, asistimos a un espectáculo, tan divertido como lamentable, en el que, y a modo de conclusión, representantes de la hostelería albaceteña se suspendieron a sí mismos, ante millones de espectadores oriundos y foráneos. Seguramente lo peor del asunto no fue ser testigos de la mala baba de algunos de los protagonistas -dueños de cuatro locales ubicados en nuestra ciudad- sino de que en ningún momento tuvieron el más mínimo problema en destrozar al resto de colegas, sin pensar en el terrible e irreparable daño que ello les podía causar entre ellos y, lo que es peor, a la imagen global de la oferta gastronómica albaceteña. Y todo por ganar un puñetero premio que, a la postre, no vale para nada, por no venir certificado oficialmente por un jurado profesional y fetén. Haciendo exhibición de una mala educación premium -eso sí lo era-, estos competidores por los mejores gazpachos manchegos de Albacete fueron pasando por cada uno de los otros restaurantes -aunque, realmente, sólo uno alcanza dicha categoría- para calificarlo. Y vaya sí lo hicieron, pero cebándose en sólo lo peor y suspendiendo a una oferta variada y, a priori, atractiva de comida a la que, incluso, no tuvieron el menor reparo en calificarla de «carcelaria». Sí, éste fue el nivel. Pero hubo algo más doloroso. Y fue verlos dudar de la calidad; pero, no sólo del planteamiento y ejecución de los platos, sino de lo que es peor: del producto que se expendía como fresco y de primera; poniendo en tela de juicio algo tan importante para un cliente, como es si está pagando por lo que realmente se está metiendo entre pecho y espalda. Llegados a este punto, lo más importante sería pasar página rápido y que los que vieron dicho desmán se queden sólo con las notas que les puso el propio Chicote y que, a la vista de todos, elevó sus insuficientes a algo más tolerables y, por ende, al ganador le hizo aupar su calificación a un notable que se acerca mucho más a la realidad que a lo que sus «compañeros» nos quisieron hacer creer. Si parte de nuestra propia hostelería piensa así de mal de sí misma y no tiene reparo en mostrarlo a toda España en horario de máxima audiencia, ¿a qué podemos aspirar desde una propuesta coral que ellos mismos avergüenzan y desprecian por ganar 10.000 euros y un diploma de juguete? Mal provecho.