Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Tarancón

24/08/2024

He leído las Confesiones del cardenal Tarancón -como una medicina-. Tarancón habla de todo un poco, de su obispado en Solsona, de los cursillos de cristiandad, de las mujeres de Acción Católica, del Concilio Vaticano II y de Pablo VI, del arzobispado de Toledo, de la Conferencia Episcopal Española, del general Franco y de un recurrente dolor de cabeza -además de injusto- causado por ese gigante del papado que fue Juan Pablo II. Sus Confesiones son para digestiones reposadas y le parece a uno que todo el formidable tomo que publicó la editorial PPC, lleva el adorno de Burriana que sabe a tabaco negro y a una prosa de bronquitis -no parece que el obispo tuviere méritos para ser académico. Las memorias o son litigiosas o se quedan en nada -en nada se quedaron las de Santiago Carrillo, en menos que nada las de Godoy (soberanamente escritas al francés y traducidas por Pepita Tudó) y así una larga cuerda de presos de memorialistas de trampería-. Las de Tarancón -que avisa que no lo son y por eso las llama confesiones- son una larga parrafada honesta que se avivan el 8 de febrero de 1950 mediante una pastoral -El pan nuestro de cada día, dánosle hoy- que burló la censura -las publicaciones de la Iglesia estaban exenta de censura- y que no pudo llegar a los diarios, pero se repartía con avidez. Tarancón atacaba el mercado negro -¡ay las fortunas del estraperlo, la corruptela capital, los inviernos del hambre y fríos!- escribiendo en plural mayestático: «Y no solamente no Nos salimos de Nuestro propio campo. Creemos, por el contrario, que nunca como ahora Nos manifestamos, más Obispo, más Padre y más Pastor de las almas, que al defender el pan de Nuestros hijos». La primera parte de las Confesiones son de un costumbrismo feroz: la autoridad del Obispo es tan grande que resulta casi imposible compartir un café con sus curas y que el intento de mudar las cosas (aunque fuere taza a taza) se reputa intolerable para sus párrocos -es admirable el afán del memorialista en toda esa lucha. Justino Sínova recopiló la pastoral del hambre en un libro de artículos (Un siglo en 100 artículos) donde se aparecen -en algunos casos de manera literal, como Unamuno o Pío Baroja- todos los que son: la Pardo Bazán y Valle, y Camba y Ortega (lectura pendiente siempre) y Ruano y Pla.  Y naturalmente a Francisco Umbral -se echa en falta a Corpus Barga. Han pasado casi ochenta años y sigue conmoviendo el valor del obispo.