No se las da de nada. Y podía hacerlo sin que le acusaran de vanidoso. Porque ningún otro paisano puede presumir, y él no lo hace, de su experiencia única e irrepetible para nadie ni ahora ni casi seguro per omnia saecula saeculorum. Incluso a nivel nacional es difícil acumular tantas vivencias. Porque, aunque afirma que no le interesa ni lo más mínimo contarlos, es totalmente cierto que ha visitado, «siempre como viajero, nunca como turista», cual precisa, más de 80 países, la mayoría de los calificados de manera injusta desde Occidente como tercermundistas. Pongamos que se habla del «escritor, viajero y periodista», cual se define, Antonio Picazo Díaz. ¿Quién, si no, con semejante historial? De sus aventuras por los continentes, casi siempre en solitario y al margen de las rutas convencionales, ha ido recogiendo multitud de objetos de tipo etnocultural, sobre los que alberga la intención de donarlos a alguna institución representativa de su tierra, de las que confía pueda recibir alguna oferta.
A ser posible sin tardar mucho, porque desde el madrileño Museo de América -de ámbito nacional- ya le han contactado, aunque sin que, de momento, haya decisión suya. El caso es que aunque lleve muy dentro Albacete, de lo que sí ha presumido en sus andanzas por tantas latitudes mundiales, no se siente embajador -sí lo fue en 2010 del III Centenario de la Feria, porque el Ayuntamiento que presidía Carmen Oliver sí le valoró-. Lo que explica a La Tribuna desde su domicilio de la capital de España, a la que llegó hace décadas para estudiar Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información.
«Pues no soy muy buen embajador porque, al contrario de lo que ocurre en otros lugares de España, salvo esa excepción del III Centenario, prácticamente nadie se ha interesado especialmente por mis andanzas y correrías. No obstante, en alguna ocasión he comentado que quizá me gustaría donar a algún museo de Albacete los muchos y variados objetos que he recopilado en mis viajes, la mayoría de puro interés antropológico (utensilios indígenas de la Amazonia, objetos religiosos tibetanos y, sobre todo, instrumentos musicales del mundo, adquiridos a los propios músicos o juglares), así como documentos sonoros -canciones, leyendas, etc.- grabados en el sitio, y también miles de fotografías. De momento, ya veremos por cuanto tiempo, la oferta sigue en pie».
Merced a esa fama y repercusión nacional, de la que se queja sin acritud de no tener en su tierra, hace poco estuvo al frente de la presentación en el Congreso de los Diputados del libro Siempre nos quedará Cabinda (Editorial Silva), una obra coral escrita por el Colectivo de las Jornadas de Grandes Viajeros, de Altafulla (Tarragona). Un grupo del que forma parte de manera destacada por ese su extraordinario conocimiento de numerosos países y diversos ambientes del mundo (selvas, desiertos, sabanas, altiplanos, grandes cordilleras y un largo etcétera). De hecho, uno de los capítulos más valorados del libro presentado es el que figura con su firma y bajo el título Los fotoperiodistas del mundo del horror: El negocio de la pústula.
En donde el albacetense expresa de forma crítica cómo el reporterismo y los recursos mediáticos occidentales -y, por extensión, aquellos que pertenecen y tienen su origen en países desarrollados- suelen tratar casi sistemáticamente, de manera catastrófica, cuando no paternalista, los aspectos sociales, políticos, históricos, humanos, etc. de aquellos territorios subdesarrollados, o en vías de desarrollo. Porque piensa que por desgracia es «una visión interesada en la que se considera que el desastre, el caos, la catástrofe y la miseria se comercializa mejor que la riqueza cultural, la diferencia, la tradición, o los esfuerzos y capacidad para desenvolverse por sí mismos que poseen los pueblos, sin tener que subordinarse a la constante dependencia -cooperante o caritativa- del primer mundo».
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