Despierta mi interés observar las formas del comportamiento humano. No dejo de extraer conclusiones que son, cuanto menos, inspiradoras. Una de las más recurrentes es aquella que me confirma que hay un elevado número de personas que vive instalada en la confusión.
Mucha gente confunde el orgullo con la dignidad, el primero es un aliado peligroso fruto de la falta de confianza, la segunda es un pilar innegociable. También se suele confundir con relativa frecuencia la humildad con la pobreza, y poco o nada tienen que ver. A menudo genera confusión el desacuerdo, que no tiene por qué ir de la mano de la enemistad. Pocas cosas hay tan enriquecedoras como un debate donde se confrontan diferentes puntos de vista.
Queridos lectores, la vulgaridad no es carácter, por favor, nunca compren ese argumento. Me duelen los oídos de tener que escuchar la justificación del tipo «es que tiene mucho carácter», no, me van a disculpar, gritar y faltar el respeto dista mucho de tener carácter, es cualquier cosa menos tener carácter.
Hay quien confunde la educación con sumisión. A veces un silencio es la más contundente de las opiniones. Y no, el bullying no es humor. Jamás he soportado a ese tipo de personas que necesitan humillar a alguien para hacerse el gracioso. Es patético.
Siempre en mi cajón de los recuerdos aquella anécdota del gran Cela cuando corrigió al que le acusó de estar dormido en una conferencia alegando el Nobel que no estaba dormido, que estaba durmiendo y que no era lo mismo, del mismo modo que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo.